¿DÓNDE
VAMOS A PARAR?
La
señorita Collie llevaba a sus alumnos a una de las excursiones organizadas por
el colegio, concretamente al Museo de Ciencias Naturales.
Iba
mostrando a sus alumnos las vitrinas con los restos fosilizados de las especies
de animales que habían poblado el planeta mientras les iba dando explicaciones
de cada una. Los chicos lanzaban exclamaciones, más altas cuánto más alta era
la especie expuesta.
—Chicos
—la señorita Collie se paró delante de una de las vitrinas y con voz suave pero
enérgica pidió atención a sus alumnos, un grupo heterogéneo de cachorros—. Aquí
podemos ver los esqueletos de una de las especies que durante cientos de miles
de años ha poblado el planeta —los cachorros miraron los esqueletos con
atención. Éstos se erguían sobre dos patas en lugar de sobre cuatro, como
ellos. Tenían miembros largos y delgados, sus cráneos eran redondos, no
apaisados como los de ellos.
—¿Qué
eran, profesora? —preguntó un travieso golden retriever de pelaje lustroso.
—Su
nombre científico es “Homo sapiens”, también conocido como “ser humano” —la
profesora, una hembra de collie de pelo color canela, esperó unos segundos,
luego continuó la explicación—. Fue el mayor logro de la naturaleza. Estaba
dotado de una gran inteligencia; fue el dueño absoluto del planeta mientras
existió, pues no tenía depredadores.
—¿Y
por qué se extinguió si era tan inteligente? —preguntó el sabihondo de la
clase, un dálmata en cuyo cuerpo empezaban a desarrollarse las características
manchas negras.
—Ah
—la profesora de historia suspiró mirando a nadie en particular—. Porque además
de poseer una gran inteligencia, también la naturaleza le dotó de
sentimientos. Sentimientos tales como
una gran ambición, una codicia desmesurada, una terrible incoherencia y un
egoísmo innato.
Los
cachorros se apartaron ligeramente de las vitrinas conteniendo el aliento. La
profesora continuó.
—El
ser humano era el único animal, entre los que poblaban el planeta junto con
ellos, que mataba a individuos de su propia especie solo por el placer de
hacerlo. Los machos a menudo golpeaban a sus parejas hembras hasta matarlas.
Muchos padres y madres maltrataban a sus cachorros; a veces llegaban a matarles
incluso en el momento de nacer. En ocasiones, demasiadas, los bebés y niños
pequeños eran secuestrados por individuos, incluso de su propia familia, que
los vendían como esclavos o para extraerles órganos del cuerpo que
intercambiaban por un material para ellos muy valioso llamado dinero.
“Por
regla general eran monógamos y celebraban ceremonias rituales donde se prometían
amor y fidelidad y donde su unión era bendecida; pero enseguida olvidaban
aquellas promesas y cometían adulterio con otros machos y hembras —sus alumnos la miraron sin
comprender—.
Cometer adulterio quiere decir que engañaban a sus parejas con otras personas
que no lo eran —explicó.
“Entre
ellos había diferentes razas que adoraban a diferentes dioses —continuó la explicación—, y esto les servía de excusa para
iniciar guerras que no tenían fin y en
las que se aniquilaban mutuamente”
“Consumían substancias tóxicas procedentes de
la naturaleza o que ellos mismos fabricaban en laboratorios pese a saber que
éstas eran dañinas para su organismo, llegando incluso a acabar con su vida.
Individuos de su propia especie se las facilitaban con el único objetivo de
intercambiarlas por el material antes mencionado. Para el ser humano, lo más
importante era poseer dinero en abundancia, cuanto más tenían, mas alto era su
estatus y para ellos era muy importante tener un gran estatus.”.
“Casi
acabaron con su hábitat natural. Destruyeron grandes superficies de bosques
para levantar monstruosas construcciones de acero y cemento que llamaban casas
y en las cuales vivían. Allí hay dibujos —se llevó a los cachorros hasta los
dibujos de las grandes edificaciones”.
Los
cachorros lanzaron exclamaciones al ver aquellos monstruos de cemento, acero y
cristal. Sus casas eran pequeñas construcciones sencillas hechas de madera en
las que solo se resguardaban cuando el tiempo era malo. El resto del tiempo
preferían pasarlo al aire libre, jugando y retozando. Su colegio era un cobertizo cubierto por ramas.
—¿Por
qué se extinguieron? —volvió a preguntar el dálmata.
—Su
ambición acabó con ellos. Se mataron unos a otros en las guerras antes
mencionadas. A los que no mataron las guerras, lo hicieron el hambre y las
enfermedades que ellos mismos, con el objeto de experimentar, desarrollaron en los
laboratorios que antes mencioné y que
llegaron a propagarse por el planeta en forma de pandemias.
“Hubo
entre ellos muchos, en cada generación menos, que presagiaron el desastre e
intentaron detenerlo; intentaron frenar su caída, pero fue inútil. La codicia y
la ambición de unos pocos fue contagiándose a los demás; la bondad que les
caracterizaba al principio de su existencia, fue convirtiéndose en maldad. Su
capacidad para razonar, que debería haber sido su mayor virtud, se convirtió en
su peor defecto; se volvió calculador. El ser humano fue el mayor depredador de
sí mismo. Tenían un comportamiento que ninguna otra especie tenía y que jamás
debemos imitar”.
—¿Cuánto
hace que desaparecieron? —preguntó el mismo dálmata.
—El
último ejemplar desapareció hace unos diez mil años. En ese tiempo el planeta,
que habían dejado casi inhabitable, tuvo tiempo de regenerarse. Los bosques que
ellos destruyeron mediante la tala o los incendios, fueron repoblándose y
abriéndose paso entre las enormes edificaciones que construyeron. El agujero
que abrieron en la capa de ozono al emitir a la atmósfera los gases que sus
fábricas expulsaban fue cerrándose poco a poco hasta desaparecer por completo.
Especies marinas que estaban a punto de extinguirse por la captura
indiscriminada ahora han vuelto a repoblar el mar, que dicho sea de paso ha
vuelto a su nivel normal de salinidad y temperatura. Los corales se reproducen
ahora con tranquilidad. Cuando ellos vivían, el nivel del mar estuvo a punto de
hacer desaparecer ciudades enteras. El aire es ahora más limpio, ya no existe
contaminación. Nadie mata a los elefantes con el único objetivo de obtener el
marfil de sus colmillos. Ahora tenemos un planeta hermoso y limpio donde
coexistimos multitud de especies diferentes. Debemos aprender de sus errores y
cuidarlo y respetarlo para que continúe así —concluyó la profesora saliendo del
museo.
Estaban
en primavera. El sol brillaba en lo alto de un cielo azul purísimo. Las calles
eran campos de verde hierba salpicada de color: rojas amapolas, margaritas
amarillas y blancas, violetas, campanillas... En los árboles trinaban
alegremente multitud de pajarillos. Mariposas y abejas se posaban sobre las
flores realizando el trabajo para el que habían sido creadas: polinizar.
—Vamos,
chicos, en fila de a uno. Volvemos al colegio.
—¡Cuidado!
—exclamó un enorme lince ibérico que viajaba a toda velocidad sobre una tabla
construida con madera y la que había añadido unos aros del mismo material para
que se deslizara más fácilmente sobre el suelo. El felino había acoplado además
al manillar una campanita para advertir de su presencia.
—¡Caramba! —exclamó la profesora mirando al
lince con mala cara y reprimiendo las ganas que tenía de ladrarle. Los felinos
eran enemigos acérrimos de los cánidos—. Cada día fabrican medios de locomoción
más sofisticados —rezongó—. No sé dónde iremos a parar. Vamos niños, tened cuidado
al cruzar la calle, mirad antes hacia ambos lados.