miércoles, 16 de agosto de 2017

Y AL FINAL EL CIELO





                           Uno



Alice Irving tenía veintiocho años, estaba soltera y vivía en un coqueto apartamento en Villiers Street. Era pequeño; solo contaba con una habitación, un saloncito, una cocina y un cuarto de baño, pero era suyo. Claro que por el momento lo compartía con el banco, pero por lo menos era su espacio y no tenía que compartir baño con otras cinco personas.
Sus padres vivían en una casa de estilo victoriano en Fitzrovia, en Perry´s Place, casa que compartían con sus otros dos hijos, Melissa y Rory, y la abuela Melba, que gozaba del usufructo de la misma, ya que había sido su marido quien la construyera. Y por si no fuera suficiente, con Melissa vivía también su pequeño hijo Oliver, fruto de un matrimonio tan desastroso como efímero.
Alice, tan pronto tuvo los medios para independizarse, lo hizo y a su juicio no lo suficientemente lejos, pues su hermano acudía regularmente a quedarse en su casa cada vez que salía de juerga los fines de semana.
Alice trabajaba en la estudio de arquitectura de Addison´s Architecture, propiedad de Kyle Addison y Tom Donaldson. Era la secretaria personal del propio Addison desde hacía tres años.
Había ido ascendiendo desde su puesto en el equipo de secretarias de la empresa, en la que entró a trabajar justo al terminar sus estudios de secretariado.
La escuela la envió a Addison´s a hacer las prácticas de fin de carrera y allí se quedó. Los dos socios estaban encantados con ella, ya que siempre se ofrecía a quedarse las horas que fuesen necesarias y los días que hicieran falta, aunque fuera durante los fines de semana.
Kyle Addison se fijó en ella y un día la llamó a su despacho y le ofreció el puesto de secretaria personal suya.
La verdad era que la muchacha le había llamado la atención desde el principio. Un rostro bonito en un cuerpo perfecto y además materia gris dentro del cráneo. No conocía muchas mujeres tan bien equipadas como Alice Irving. Era todo un lujo que él no quería perder y en los tres años que llevaba trabajando con ella, nunca se había arrepentido.
Si por él fuera, la relación hubiera pasado los límites del despacho; pero desde un principio Alice había sido muy clara: nada de idilios con el jefe. Su profesión estaba por encima de tonterías románticas. Así pues, Kyle no la presionó y se dedicó a salir con cuantas muchachas podía. Tenía treinta y seis años, era atractivo y gozaba de una posición envidiable. Era arquitecto y dueño de la empresa, aunque hacía algunos años había vendido un tercio de la propiedad a Tom Donaldson, amigo suyo de la universidad. Ambos compartían el mismo amor por el diseño y la construcción. Y después de casi ocho años de sociedad, ambos estaban encantados.
—¿Qué te sucede, Alice? —le preguntó Kyle a su secretaria. Ella no respondió y él volvió a preguntar chasqueando los dedos delante de su cara—. ¿Qué te sucede, Alice?
—¿Eh?  Ah, nada. ¿Por qué?
—Quieres leerme el último párrafo que te he dictado, por favor —pidió suavemente. Kyle jamás levantaba la voz. Tenía una hermosa y profunda voz. Si Alice hubiera querido, le hubiera susurrado ternezas al oído.
Estoy enamorado de ti desde hace años... —comenzó a leer y frunció el ceño al tiempo que su rostro adquiría un vivo color escarlata—. ¿Qué es esto?
Kyle sonrió.
—Ves como algo te ocurre. Ni siquiera estás atenta a lo que te digo.
—Lo siento —arrancó la hoja del bloc y la estrujó, luego la tiró a la papelera. “Ahí van mis sentimientos”, pensó Kyle. “No ha dudado un segundo en hacer una bola con ellos y tirarlos a la basura”—. Comience de nuevo, por favor.
Esa era otra cosa que a Kyle le ponía de los nervios. Ese empeño de ella en tratarle de manera formal y marcar las distancias. No sabía cuánto tiempo más podría aguantar tanta indiferencia. Tres años eran muchos años para estar enamorado de alguien y no hacer nada al respecto. Al menos para él lo eran. Deseaba a Alice y se moría por estrecharla entre sus brazos y besar esa boca generosa pintada muy levemente.
Para compensar un poco su frustración salía con mujeres hermosas, físicamente muy parecidas a ella, pero que en esencia no se le parecían en nada. Se acostaba con ellas y aliviaba en parte la tensión sexual que existía cada vez que Alice se le acercaba.
A veces pensaba que lo mejor sería trasladarla a otra sección donde no la tuviera que ver a cada momento. Pero cuando pensaba en su despacho ocupado por otra que no fuera ella, un escalofrío lo recorría. Y ahí la tenía, sin hacerle el menor caso, suspirando por ella como un colegial.
—Deja eso y dime qué te pasa —le pidió de nuevo.
—Eh... Yo... En realidad no es nada de importancia. Por favor, comience de nuevo; si no nos vamos a pasar toda la mañana sin hacer otra cosa que estar aquí sentados.
“Yo preferiría tumbarte en el sofá”, pensó él; pero eso no se lo podía decir.
—No importa, si hay algo que te preocupa y puedo ayudarte...
—No creo, pero gracias. ¿No va a dictarme nada?
Kyle se pasó las manos por la cara. Nada, era como un muro de acero impenetrable.
—Está bien —claudicó—. Entre la correspondencia que me has entregado hay un fax del capataz del edificio Orford de Aldeburg diciendo que la obra lleva cuatro días parada porque la empresa encargada de suministrarle el acero no ha respondido. No entiendo por qué me envía a mí el fax en lugar de hablar directamente con el constructor o con Ingleton, el aparejador municipal de Aldeburg que se encarga de la supervisión de la obra. Busca su teléfono y ponme con él.
—Muy bien. ¿Algo más?
—Por el momento no. Gracias.
Kyle la miró mientras salía. Vestida de manera formal, con una falda corta gris que dejaba sus impresionantes piernas al descubierto y una blusa azul cielo, contoneando las caderas sobre los tacones de ocho centímetros, a Kyle se le caía la baba. Estaba harto de tener que ir al lavabo adjunto a su despacho a mojarse la cara con agua fría cada vez que ella entraba en el despacho. Eso no era sano, a él por lo menos lo estaba matando.
Suspiró de pura frustración y se enfrascó en la lectura de unos documentos que tenía sobre la mesa.
Alice se sentó a su mesa y se llevó las manos a la cara. Su trabajo se estaba resintiendo debido a los problemas familiares que la acuciaban.
Sus padres se habían marchado hacía tres semanas; se suponía que iban a pasar quince días esquiando en Suiza, pero al cabo de ese tiempo no regresaron y la única comunicación que Alice tuvo con ellos fue un par de días antes de la fecha de su regreso. Ellos la llamaron para advertirla que demorarían su vuelta un par de días, pero también habían pasado ese par de días y cinco más y no sabía nada de ellos.
Su abuela Melba estaba preocupada, su hermano Rory estaba completamente desmadrado sin la presencia de sus padres y ¿para qué hablar de Melissa? Ella llevaba mucho tiempo haciendo lo que le daba la gana. No era extraño que ahora, divorciada y con la pensión que le pasaba su marido no parara en casa más que para dormir.
A Alice esto no le habría importado si no fuera por Oliver, su pequeño de cinco años. Melissa le hacía tanto caso como al gato del vecino. Era la abuela Beth, su madre quien se ocupaba de él. De bañarle, alimentarle y llevarle al colegio. Pero ahora, con su falta, suponía que sería Melissa quien se ocuparía de él. La verdad era que no lo sabía.
Cuando saliera del trabajo tenía que pasar por la casa de sus padres para saber cómo iba todo.
Si en un par de días sus padres no aparecían, tendría que dar parte a las autoridades, tanto de Suiza como de Londres.
Suspirando, Alice escribió las cartas que le dictara Kyle y esbozó una sonrisa al recordar el párrafo que le había dictado cuando sabía que ella estaba despistada.
Conocía los sentimientos de Kyle; él había sido claro en eso. Pero ella no estaba segura de querer traspasar los límites de jefe-secretaria. Sabía que ese tipo de relación no era duradera. Cuando alguno de los dos se cansaba del otro y la relación se terminaba, siempre se resentía el trabajo. Y a ella le gustaba mucho el suyo como para ponerlo en peligro solo porque su jefe se sentía atraído por ella.
Claro que ella también sentía atracción por él. Desde el principio. Era un tipo impresionante. Alto, guapo, con el pelo castaño ligeramente largo y ondulado en las puntas; ojos del color del té cargado. Y un cuerpo de impresión; caderas estrechas, hombros anchos y estómago plano; y un trasero que rellenaba los pantalones y que cada vez que pasaba por su lado tenía que controlarse para no darle una palmada. Y a veces se preguntaba cómo sería dejarse acariciar por esas manos grandes y perfectas, de dedos largos y uñas cortas; besar esa bonita boca de labios perfilados y que movía suavemente cada vez que hablaba. Se preguntaba que sentiría al tocar sus musculosos hombros, pasar sus manos por su ancha espalda, por el amplio y fuerte pecho apenas cubierto de vello. Ella lo sabía porque le había visto sin camisa en más de una ocasión, cuando por alguna razón había tenido que cambiarse en el despacho. Él se sentiría encantado si conociese los pensamientos de su secretaria. Pero ella se cuidaba mucho de darlos a conocer. Kyle era un rompecorazones. Había salido con tantas chicas que Alice dejó de contar a partir de la docena. Por lo que a ella se refería, la relación estaba bien tal como estaba. Kyle Addison era un jefe estupendo, gentil pero enérgico. No necesitaba levantar la voz para hacerse obedecer. Sus maneras eran suaves, nada bruscas y su voz cuanto más suave más temible.
Terminó de escribir las cartas y después de imprimirlas se las llevó al despacho para que las firmara, junto con varios documentos que también requerían su firma.
Tocó ligeramente la puerta y abrió. Kyle estaba de espaldas a la puerta, mirando por la ventana, sin chaqueta y con las mangas de la camisa arremangadas hasta el codo. Ella sabía que también la corbata colgaba de cualquier manera.
—Señor Addison —le llamó suavemente. Él sintió un escalofrío al oír su voz, como cada vez que le llamaba. Se volvió con los labios apretados en una fina línea—. Tengo su carta y otros documentos que requieren su firma. Y he telefoneado al señor Ingleton, de Aldeburg, pero su secretaria me ha dicho que está de viaje y no volverá hasta el lunes. Lo he intentado también con el constructor, pero nada, en su oficina me han dicho que está en otra ciudad supervisando otra obra. Si quiere hablar con el capataz, tengo su número.
—De acuerdo, llámale.
Alice lo hizo desde el mismo despacho de Kyle. Cuando el hombre estuvo al aparato se lo pasó a él.
—Soy Addison —dijo y levantó una mano deteniendo a Alice que estaba a punto de marcharse—. ¿Me ha enviado un fax?
—Sí, señor. Lamento tener que molestarle a usted, pero no logro contactar ni con el aparejador, ni con Dickens, el constructor. La obra lleva parada cuatro días.
—Pero, ¿por qué?, ¿qué pasa con los materiales?
—No llegan con la suficiente celeridad. Necesitamos las viguetas de acero para poder seguir levantando las plantas, pero la empresa encargada de surtirlas no debe disponer de excedentes porque nos las están surtiendo con cuentagotas.
—¿Ha hablado de esto con Dickens o Ingleton?
—No logro dar con ellos, señor Addison. Les he llamado a sus despachos y he dejado recado de que me llamen en cuanto puedan, pero hasta ahora no se han puesto en contacto conmigo. No sé qué hacer. He telefoneado a la empresa encargada de suministrar el material y me han dicho que lo enviarán en cuanto puedan, eso fue anteayer. Mis hombres llevan cuatro días viéndolas venir.
—De acuerdo, yo me encargo. Gracias por llamarme.
—¿Puedo decir a los hombres que mañana volverán al trabajo?
—Eso espero, le llamaré. No te vayas —ordenó a Alice después de colgar—. Búscame a la empresa encargada de suministrar las vigas de acero del edificio Orford.
—Ahora mismo se las busco.
—Alice, espera. Sé que te lo he pedido en infinidad de ocasiones y siempre me has eludido, pero ¡por favor, Alice! —casi suplicó—. ¿Tanto trabajo te cuesta pronunciar mi nombre? Es solo un nombre, no te compromete a nada. Me molesta que a Tom le hables de tú y a mí me mantengas a distancia con el apellido y el tratamiento formal.  Ya has dejado claro que no quieres que nuestra relación vaya más allá de los límites profesionales, y yo he respetado esa decisión. Pero, por Dios; nadie más que tú en esta empresa utiliza conmigo tanta formalidad.
Alice se sonrojó avergonzada. Era cierto, le había pedido en múltiples ocasiones que le tuteara y era cierto que todos en la empresa se trataban de una manera muy informal sin que por ello se perdiera el respeto debido a su autoridad. Pero por alguna razón ella no quería ser igual que el resto.
—Está bien —admitió la derrota—. Trataré de ser menos formal, Kyle.
Lo dijo tan suavemente y con una entonación tan sugerente que él no pudo evitar un gemido ahogado.
“Me va a matar”, pensó. “Si pronuncia mi nombre de esa forma y me excito, no  sé qué ocurrirá el día que por fin la tenga en mis brazos y la pueda besar como deseo”
Porque Kyle no dudaba que algún día ella caería en sus brazos completamente entregada, desinhibida y dedicada a satisfacer su deseo. Y el día que eso ocurriera, él haría instalar un castillo de fuegos artificiales. Habría sido la conquista más ardua de la historia.
—Dame esos documentos.
Alice se los pasó, él los firmó y se los devolvió. Iba a salir pero una vez en la puerta se detuvo dudosa.
—Eh... Señor Ad..., es decir, Kyle; me preguntaba si me darías permiso para salir media hora antes. He de resolver un asunto familiar.
—Puedes tomarte el tiempo que quieras. Y sabes que si necesitas mi ayuda puedes contar con ella.
—Gracias.
Y una vez resueltos todos los problemas del día, a las cuatro y media Alice asomó la cabeza por la puerta del despacho y al verle sentado a su mesa entró.
—Tengo aquí el teléfono de la empresa encargada de surtir el acero ¿Necesitas algo más antes de que me vaya?
“Me encantaría que te acercaras, te sentaras en mi regazo y me dieras un beso de despedida, pensó”.
—No, nada más, gracias —dijo en cambio—. Espero que soluciones tu problema.
—Eh, sí. Yo también lo espero. Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Alice se marchó y él se quedó un rato mirando la puerta por la que había salido. Luego sacudió ligeramente la cabeza y marcó el número de la empresa suministradora.
Perdió la paciencia cuando una secretaria le pasó con el encargado, que a su vez le pasó con el gerente, que a su vez quería pasarle con otro cargo.
—Ni se le ocurra —le advirtió Kyle en voz baja—. Hable usted conmigo o ahora mismo rescindo el contrato que tenemos con usted.
El empleado tragó saliva un tanto acogotado, pero le respondió.
—Lamento tener que decirle que el contrato no lo tiene esta empresa con su estudio, señor Addison. El contrato lo tenemos con la empresa constructora Dickens and Sons.
—Me importa una mierda con quien tengan el contrato. Ese edifico es mío y pretendo que se construya dentro del plazo fijado. Si mañana no están las vigas de acero en la obra, puede ir despidiéndose del contrato. Ya me encargaré personalmente de que Dickens lo rescinda.
El gerente sabía que no podían perder ese contrato, el más importante desde que él trabajaba allí, así que le aseguró a Kyle que al día siguiente tendrían el material en la obra a primera hora.
—Más le vale —y le colgó con un golpe seco. Luego llamó al capataz y le dijo lo mismo que le habían asegurado a él. Finalmente colgó el teléfono y resopló. Miró su reloj y viendo la hora que era, recogió su chaqueta y dejó su despacho.
****
—Hola abuela —saludó Alice al llegar a casa de sus padres, en Fitzrovia—. ¿Cómo estás? ¿Has sabido algo de mamá y papá? —dio un beso a su abuela en la mejilla. ¿Se lo parecía o en esos días las arrugas se habían multiplicado en el rostro de su abuela?
La abuela Melba era la madre de su padre. Vivía en aquella casa desde que su marido la construyera para ella y sus hijos. Melba tenía además de al padre de Alice, otra hija; pero se había casado con un americano y vivía en California, en San Francisco.
—No he sabido nada, querida. He llamado al hotel donde estaban hospedados, pero me han dicho que han dejado la habitación hace cuatro días. No sé, Allie, pero me temo que les haya ocurrido algo grave. No es normal que no se pongan en contacto con nosotros. Ha tenido que ocurrirles algo.
—Tranquila abuela. Trataré de averiguar qué pasa. Llamaré a las autoridades suizas para que les busquen. ¿Dónde está Melissa?
—¡Psche! —su abuela alzó los hombros con indiferencia—. Melissa entra y sale como Pedro por su casa. Yo que sé dónde anda metida.
—¿Y Rory? ¿No ha vuelto aún de la facultad?
—Ha llamado diciendo que esta noche no regresaría.
—O sea que estás sola con Ollie —Oliver era el hijo de cinco años de Melissa.
—Sí, pero no debes preocuparte. Nos las arreglamos bien los dos.
Alice se sentía furiosa con su hermana.  ¿No comprendía que ahora era más necesaria que nunca? ¿Cómo era capaz de marcharse y dejarle el niño a su abuela con la angustia que estaba pasando?
—¿Regresará a cenar o se quedará por ahí? —Alice tenía ganas de verla para decirle cuatro cosas.
—Ya sabes que no acostumbra a dar explicaciones. Y yo tampoco se las pido.
—Pues deberías, abuela. Esta es tu casa y ella debería comportarse como una madre y no dejarte la responsabilidad a ti. Es vergonzoso.
—Ya sabes cómo ha sido siempre, cariño. Ha hecho su santa voluntad desde que... —trató de recordar—. Desde que nació —terminó diciendo con una sonrisa.
—No deberías permitírselo —insistió ella.
Melba era una mujer de setenta y siete años; no se podía decir que fuera una anciana, puesto que se conservaba muy bien y se mantenía bastante activa para su edad. Normalmente era ella quien se quedaba a cargo de la casa cuando sus padres salían a alguno de sus frecuentes viajes al continente. Ya fuera de vacaciones al sur de Francia o a esquiar en Suiza.
Jack Irving tenía cincuenta y cinco años y cuando su empresa, una cadena multinacional de supermercados, hizo reajustes en la plantilla, a los más veteranos les ofrecieron jubilarse con el cien por cien de su salario además de una cuantiosa indemnización. Su padre fue de los primeros en aceptar y su madre, a la que aún le faltaban más de diez años para jubilarse de su plaza de profesora de primaria, lo que hizo fue pedir una excedencia indefinida, continuar pagando las cuotas de su pensión de jubilación hasta cumplir los años que se requerían para cobrarla y dedicarse a vivir la vida que no habían podido disfrutar antes debido a sus hijos y sus profesiones. Al fin y al cabo éstos ya habían crecido, aunque el más joven de ellos comenzaba ese año la universidad y otra, la mayor, aún no había encontrado su sitio en la vida a pesar de haber estado casada y tenido un hijo.
La única que tenía posibilidades de salir adelante sola se hallaba en realidad tan preocupada por todos ellos que no podía concentrarse en su trabajo.
Alice preparó la cena para su abuela, para Oliver y para ella. Estaba claro que Melissa no iba a aparecer.
Mientras hervía el agua para preparar un plato de pasta, Alice bañó a Oliver y le puso su pijama.
—¿Dónde está mami? —preguntó el niño con su vocecita infantil.
—Ha salido, cariño. No vendrá a cenar.
—Casi nunca viene. Y cuando llega yo ya estoy dormido.
—Pero seguro que va a tu cuarto a arroparte y darte un beso de buenas noches —Alice deseaba tener a su hermana delante y darle un buen vapuleo.
—No sé, yo nunca me entero.
—Porque estás dormido. Oye, Ollie; ¿si te enseño a usar el teléfono serías capaz de llamarme si ocurre algo malo? —Alice odiaba tener que responsabilizar a un niño tan pequeño de algo así, pero temía que cualquier día le ocurriese algo a su abuela y no hubiera nadie que la atendiera.
—Seguro —contestó el niño orgulloso.
—Seguro —repitió ella. Estaba segura que esa pequeña persona de cinco años tendría más sentido común que su madre de treinta—. Pues vamos a hacerlo.
Le puso un pijama y le roció el pelo con colonia. Le peinó el suave pelo rubio hacia atrás y le dejó unos mechones levantados. El niño corrió hacia su bisabuela que lo tomó en brazos olisqueándole el cuello.
—¡Qué bien huele mi niño!
—¿Quién le lleva a la escuela por la mañana, abuela?
—¿Quién crees? —preguntó su abuela dejando la pregunta sin responder. No hacía falta. Con una mueca de furia, metió los espaguetis en la olla y les echó sal. Removió con una cuchara de madera la salsa mientras la abuela le contaba un cuento al bisnieto.
—Creo que voy a venir a quedarme aquí —dijo Alice cuando estaban sentadas a la mesa comiendo los espaguetis—. Al menos hasta que regresen mamá y papá.
—¿Qué? ¿Para qué? Con eso solo lograrías que tu hermana delegara en ti más de lo que ya lo hace.
—Pero abuela... —protestó Alice—. No podéis quedaros solos. Si a ti te pasa algo, o a Oliver...
—¿Qué me va a pasar? Aún tengo aliento suficiente para atender al niño.
—Eso tiene que hacerlo su madre, y no tú. Da igual que venga yo y me utilice a mí; si no estoy yo, lo hace contigo. Tú también deberías dejarle que se ocupe de su hijo.
—Pero no lo hace, Allie, y lo sabes. ¿Crees que tengo paciencia para esperar a que se levante por la mañana para llevarle al colegio? Es más fácil si le llevo yo.
—Pues oblígala. Échala de la cama y que se mueva. Abuela, así no puede seguir toda la vida.
—Me imagino que estará esperando a otro incauto que la mantenga.
—La culpa no la tiene ella, no. La culpa la tenéis todos por haberle consentido siempre todo.
—¿Le guardas rencor? ¿Crees que a ti no te consentimos tanto?
—Oh, no —movió la cabeza con energía—. Gracias a Dios que no lo hicisteis, si no ahora a saber que sería de nosotros. Abuela, estoy preocupada por papá y mamá.
—Yo también. Si les hubiese ocurrido algo, las autoridades suizas ya nos lo hubieran comunicado. Y si no les ha ocurrido nada, te juro que cuando regresen me van a oír.
—Les he llamado infinidad de veces a sus teléfonos móviles y ninguno responde. Tampoco es normal. Mañana trataré de comunicarme con las autoridades suizas y poner una denuncia por desaparición —se levantó, recogió los platos y los dejó en el fregadero.
—Deja eso, yo me ocupo. Tú vete a acostar a Oliver; está medio dormido.
—Vamos campeón —levantó al niño que recostó la cabeza en su hombro. Le llevó a su habitación y le metió en la cama—. Ollie, ¿recuerdas que te dije que te enseñaría a usar el teléfono? ¿Estás bastante despierto como para atenderme?
—Sí —pero abrió la boca en un enorme bostezo.
—Será mejor que lo dejemos para mañana, cariño. Estás dormido.
—¿Va a venir mamá?
—Claro que sí, pero cuando lo haga, tu ya estarás dormido. Buenas noches, cielo.
—Buenas noches, tía Alice.
Dio un beso al niño en la frente y dejó encendida una pequeña lámpara sobre la cómoda. Dejó la puerta entreabierta y salió.
—Será mejor que me vaya. Quería quedarme hasta que llegara Melissa, pero me temo que tendría que trasnochar y mañana trabajo. ¿Estarás bien, abuela?
—Pues claro, niña. Vete y conduce con cuidado.
—Si me necesitas, llámame, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Hasta mañana.
—Hasta mañana, abuela —dejó un beso en la mejilla de su abuela y se marchó a su apartamento. Se sentía culpable por no quedarse con ella y con Ollie; pero ¡qué diablos! Oliver no era su hijo, tenía a su madre y su abuela no era una débil ancianita inválida. ¿Y dónde diablos se habían metido sus padres?





                         Dos



Nada más llegar a la oficina por la mañana, Alice intentó ponerse en contacto primero con el hotel donde se hospedaban sus padres en Suiza, concretamente en la estación invernal de Saint Moritz. Tenía el nombre del hotel y el número de teléfono.
El recepcionista le habló en francés, idioma que ella dominaba. Le preguntó si sus padres todavía estaban registrados en el hotel.
—No, señorita. Los señores Irving dejaron el hotel hace cinco días.
—¿Explicaron si iban a ir a algún otro lugar? ¿O quizá regresarían a casa?
—No dijeron nada al respecto, señorita. Simplemente abonaron su cuenta y pidieron un taxi. Ignoro su itinerario.
—¿Sería posible contactar con la compañía de taxis? Tuvieron que dar al taxista alguna dirección. ¿Se puso el hotel en contacto con la compañía de taxis?
—Nadie nos lo pidió, señorita —el recepcionista se puso a la defensiva—. Nosotros no solemos interesarnos por los planes de nuestros huéspedes.
—Pues quizá deberían hacerlo. ¿Cómo puedo ponerme en contacto con la compañía de taxis?
Kyle llegaba en ese momento acompañado de Tom. Escuchó a Alice hablar en francés y frunció el ceño. Al llegar a su mesa se inclinó sobre ella para preguntarle en voz baja.
—¿Ocurre algo?
—No —Alice hizo un gesto con la mano indicando tranquilidad—. No pasa nada. Ahora mismo voy.
—No tengo prisa.
Entró en el despacho seguido de Tom. Ambos dejaron sus carteras sobre la mesa y comenzaron a sacar papeles.
—Aquí tienes las especificaciones para los materiales aislantes del Welter, —Tom le alargó una carpeta que Kyle tomó y dejó sobre la mesa—. Y estas son las de carpintería, fontanería y electricidad.
—Gracias. Enseguida las reviso.
—También tenemos una reunión con los interioristas del hotel Madison, no lo olvides.
—No lo olvido. ¿Algo más?
—Por ahora no. Te veo luego.
Kyle asintió con la cabeza. Dejó todos los documentos sobre la mesa y salió. Alice todavía hablaba en francés.
—¡C´est intolérable! —Kyle la entendía perfectamente ya que él también lo hablaba—. Uno de sus taxistas desaparece y ustedes ni siquiera se preguntan dónde pudo haber ido.
—Pero es que no ha desaparecido ninguno de nuestros taxistas —le explicó un hombre con paciencia como si estuviera hablando con una retrasada.
—¿Cómo que no? El recepcionista del hotel me ha dado su número. Uno de sus taxis recogió a mis padres en el hotel hace cinco días.
Kyle tomó asiento sobre una esquina de la mesa y se dispuso a escuchar.
—Le repito que ninguno de nuestros taxistas recogió a nadie en ese hotel.
—¿Hay otras compañías de taxis en esa ciudad?
—Hay otras compañías y también taxistas autónomos, señorita. Pudo haber sido uno de ellos. En ese caso las compañías no tienen por qué saberlo.
—Lo comprendo, pero ¿no se ha denunciado la desaparición de ninguno? ¿Por qué me han dado entonces su teléfono en el hotel?
—No lo sé, señorita. Los hoteles suelen tener los teléfonos de las compañías de taxis y que nosotros sepamos no se ha denunciado la desaparición de ninguno de nosotros.
Kyle escuchaba la conversación cada vez más extrañado. Alice colgó el teléfono completamente abatida.
—¿Qué pasa, Allie? —utilizó la abreviatura de su nombre con tanta ternura que casi la hace llorar.
—No lo sé. Trato de averiguar que ha sido de mis padres. Hace tres semanas se fueron a esquiar a Suiza y desde hace una que no sabemos nada de ellos. Se iban por dos semanas, pero ya han pasado tres y nadie parece saber donde están.
—¿Con quién hablabas?
—Con una compañía de taxis. Según el recepcionista del hotel donde se alojaban, hace cinco días pidieron un taxi, pero no sabe cuál era su dirección.
—¿Has llamado al aeropuerto para ver si han tomado el vuelo de regreso?
—Sí, ya lo hice hace tres días. No cogieron el vuelo que tenían reservado.
—¿Y qué te han dicho en la compañía de taxis?
—Que ninguno de sus taxistas recogió a nadie en ese hotel. Piensan que pudo haber sido un autónomo. Si hubiera sido uno de ellos, se hubieran dado cuenta de que faltaba.
—Sería mejor que pusieses esto en conocimiento de las autoridades suizas y también de las nuestras.
—Era lo siguiente en mi lista. Eh... Aún no he tenido tiempo de revisar el correo, lo siento. Lo haré ahora.
—Deja el correo. Llama a la comisaría de... ¿A qué ciudad viajaron?
—A Saint Moritz.
—Pues llama a las autoridades de Saint Moritz. ¿Quieres que lo haga yo?
Como siempre, su voz resultaba relajante. Alice se sintió menos nerviosa ahora que él estaba ahí.
—No, gracias. No te preocupes. Yo lo haré. Ahora mismo te llevo un café y el correo.
—¿Llamas a la comisaría o lo hago yo? —su voz no había variado la intensidad pero sí el tono. Era un tono que no admitía réplica.
—Está bien —pidió en información internacional el número de la comisaría de policía de Saint Moritz. Un hombre se presentó como el comisario Tatie. Alice le explicó entonces la razón de su llamada.
—Tomamos nota de su denuncia, señorita. Pero no tenemos constancia de la desaparición de ningún taxista. Investigaremos y la llamaremos. ¿Puede dejarme un número de teléfono, por favor?
—¿Puedo darles este número? —preguntó a Kyle tapando el auricular. Él asintió con la cabeza. Alice le dio entonces el número de su oficina y también el de su teléfono móvil. El hombre aseguró que los había anotado y Alice le dio las gracias y colgó—. Van a investigar.
—Tenías que haber hecho esto antes. Cinco días en un lugar como Saint Moritz pueden ser decisivos.
—¿Qué quieres decir?
—Que estamos casi en noviembre y está cayendo mucha nieve —tomó una mano de Alice entre las suyas y la sintió fría. Le dio un suave masaje—. No te asustes, seguro que no ha pasado nada. Quizá se han quedado aislados por la nieve —le rozó la mejilla con el dorso de la mano y le separó el pelo de la cara. Le levantó la barbilla para que le mirara. Una leve sonrisa se dibujaba en sus labios—. Estarán bien, ya lo verás. ¿Me prometes que me llamarás si me necesitas? —Alice asintió levemente con la cabeza. No podía hablar, el roce de su mano en su cara y bajo su barbilla la había dejado aturdida—. Bien, ahora vamos a trabajar un poco. Revisa ese correo pero no me traigas café.
Y durante la mañana se dedicó a trabajar sin alejarse demasiado del teléfono y sin olvidar la ternura con qué Kyle la había tratado.
A mediodía avisó que salía a comer.
—Espera —le pidió él—. Te acompaño.
—Eh... bueno... Es que... pensaba acercarme a mi casa —dijo titubeante.
—Oh —él pareció decepcionado—. Bueno, no pasa nada. Ya pediré que me traigan algo.
—Está bien. Te veo luego.
—Claro —dejó caer los brazos sobre la mesa. Tenía que ser más fácil escalar el Everest que llegar al corazón de esa mujer. Por milésima vez se preguntó si habría tenido alguna mala experiencia con algún hombre o si era solamente él quien le caía mal. La paciencia que estaba derrochando con ella no era de este mundo. Y por milésima vez también se preguntó si valdría la pena la espera y los esfuerzos que dedicaba a conquistarla. Claro que esfuerzo no dedicaba mucho, ella no admitiría ni flores ni bombones ni mucho menos algún regalo caro. Paciencia era todo lo que le quedaba, paciencia y mucha sutileza.
Regresó de comer y asomó la cabeza para decir que ya había llegado.
—¿Has comido? ¿Te han traído algo?
Kyle levantó la cabeza de los papeles. Como siempre, se había quitado la chaqueta del traje y llevaba las mangas de la camisa subidas hasta el codo, dejando asomar unos antebrazos morenos cubiertos de vello castaño. De la corbata no quedaba rastro. Alice la vio colgada de un bolsillo de la chaqueta. Estaba tan atractivo como siempre. Alice le prefería así, un tanto descuidado. Aunque cuando llegaba por la mañana perfectamente vestido y planchado la vista se le iba detrás.
—Sí, un sándwich de pavo con lechuga.
—Bueno, te he traído un trozo de un pastel de chocolate —entró tímidamente y dejó un plato de plástico con una porción de un pastel de chocolate con arándanos—. No sabía si te gustaba el chocolate o los arándanos.
—Me gustan los dos —tiró el bolígrafo sobre la mesa y se echó hacia atrás en la silla. En ese momento tenía ganas de aplastar su boca con la suya, tumbarla en el sofá, desnudarla y comérsela en lugar del pastel. Gestos como ese, tan raro en ella, hacían que valiera la pena la paciencia que estaba derrochando—. ¿Quieres que lo compartamos?
—Yo ya he comido mi parte —sonrió y fue como si toda la luz del sol entrara en el despacho. Kyle estaba tan embobado con ella que no comprendía cómo no se había derretido aún.
—Me desconciertas, Alice —le dijo tras comer un trozo del pastel—. Nunca sé que esperar de ti o cómo vas a reaccionar. En un momento parece que me odias y al siguiente me traes un trozo del mejor pastel de arándanos que yo haya comido nunca.
Ella sonrió levemente.
—Yo no te odio, ¿de dónde has sacado esa idea?
—Del trato que me sueles dar. Siéntate —le ordenó—. Cada vez que te he pedido que saliéramos te has negado.
—Eso es porque no me gusta mezclar el trabajo con el placer. Creo que ya te lo he dicho en varias ocasiones.
—¿Y el empeño en usar el tratamiento formal conmigo? Me he dado cuenta que soy el único con quien lo haces.
—Bueno, eres mi jefe y me gusta mantener las distancias. Pero eso no significa que te odie.
—Entonces, ¿puedo preguntarte que sientes por mí?
—Kyle... –Alice bajó la cabeza avergonzada.
—Puedes decírmelo; sea lo que sea me lo tomaré bien.
—Kyle —repitió ella—. Eres un jefe estupendo, y una persona magnífica también, estoy segura.
—Que agradable —ironizó él—; gracias por el cumplido. ¿Has hecho tú la tarta? Está buenísima —por el momento dejaría las cosas así.
—Gracias, pero el mérito no es mío. La ha hecho mi abuela. Bien, si no quieres nada más, regreso a mi mesa.
—No, nada más.
—Tienes una reunión dentro de veinte minutos, con los interioristas.
—Lo sé, pero aún así dame un toque; puede que se me pase.
Ella asintió y le dejó solo. Kyle suspiró nuevamente meneando la cabeza. No recordaba en qué momento había adquirido tanta paciencia. Hasta que conoció a Alice, cuando una mujer le gustaba iba a por ella a degüello. Con esta llevaba tres años caminando de puntillas a su alrededor como si estuviera pisando huevos.
Alice regresó a su mesa, olvidada ya la conversación con Kyle, se dedicó a su trabajo y de vez en cuando miraba al teléfono esperando que sonara, pero nada, se mantenía mudo.
A las seis ya había terminado su jornada. Kyle no había regresado aún de su reunión, así que le dejó una nota encima de su mesa, recogió su bolso y las cartas que tenía que enviar al correo y se marchó.
De nuevo fue a casa de sus padres en primer lugar. Quería saber cómo estaba su abuela y Oliver y ver si por casualidad encontraba a su hermana en casa.
Debería haberse sentido decepcionada, pero no fue así. Naturalmente Melissa había vuelto a salir.
—Pero, ¿con quién sale, abuela? ¿Tú lo sabes?
—No tengo ni idea, cariño. Aquí nadie viene a buscarla. Si se encuentra con alguien lo hace en el lugar al que va y desde luego a mi no me da explicaciones.
—Hoy pienso quedarme aquí hasta que aparezca.
—No puedes hacer eso, Allie. Melissa suele llegar de madrugada y tú tienes que levantarte temprano.
—Pues me quedaré a dormir aquí y hablaré con ella por la mañana. No insistas abuela, estoy decidida. ¿Dónde está Oliver?
—Se ha quedado en casa de su amigo Taylor. La madre lo traerá dentro de media hora.
—Bien. Entonces me encargaré de la cena.
—De eso me encargo yo. Tú descansa un poco. ¿Cuéntame cómo te va por esa oficina y con ese jefe tan guapo que tienes?
—¿Y tu como sabes que es guapo? No le conoces.
—Pero solo tengo que ver tu cara cuando hablas de él. Te gusta mucho ese hombre ¿eh?
—Sí, abuela, me gusta mucho; pero solamente es mi jefe.
—Pues espabila y trata de que sea algo más.
Alice se echó a reír. Si su abuela supiera la cantidad de veces que Kyle le pidió que saliera con él...
—No, querida. No se deben mezclar las relaciones personales con las profesionales.
—Pues no sé por qué. En mis tiempos...
Alice soltó una carcajada.
—En tus tiempos las mujeres no trabajaban fuera de casa, abuela. Oh, mira; ahí viene mi novio preferido.
—Hola, tía Allie.
—Hola, cariño —Oliver entró corriendo, la madre de su amigo Taylor venía detrás—. Gracias por traerle, Susan.
—De nada. Se lo han pasado de miedo. Hasta mañana.
—Hasta mañana, y gracias de nuevo.

Mientras Alice se encargaba de bañar a Oliver y darle su cena, su madre Melissa cenaba sola en un restaurante. Era la segunda vez que iba, ya que la primera encontró a dos hombres realmente atractivos cenando solos en el mismo sitio. Uno de ellos le había gustado especialmente y estaba dispuesta a acudir al lugar todas las noches que hicieran falta.
Pero la suerte estaba de su parte, ya que los mismos dos hombres entraron al bar y se sentaron en la barra. Pidieron unas cervezas y quince minutos más tarde, el camarero les acompañó a su mesa.
Pasaron por el lado de Melissa y se sentaron a una mesa frente a ella. El hombre por el que estaba interesada se sentó justo frente a ella.
Kyle tomó la carta y la leyó aunque ya la conocía de memoria. Tom pidió un chuletón con guarnición y Kyle cordero asado con puré de patatas.
Cuando el camarero se marchó con los pedidos, Kyle paseó la mirada por el comedor y casi pega un brinco cuando frente a él creyó ver a Alice. Sus ojos se abrieron pero luego frunció el ceño. La veía hasta cuando no estaba. La mujer que tenía enfrente se parecía mucho a ella, aunque al mirarla bien, esta se notaba algo mayor. Sin embargo el pelo rubio lo llevaba con el mismo corte y los ojos eran del mismo color. El rostro de esta mujer quizá fuera más anguloso y la boca definitivamente no era la de Alice. La de aquella era más grande y la llevaba pintada de un tono más subido que el que solía llevar su secretaria.
Melissa sabía que la estaba mirando; por eso sus movimientos al cortar la comida y meterla en la boca eran deliberadamente estudiados. Como por casualidad levantó la mirada y sus ojos se encontraron. La sonrisa que esbozó hizo que el corazón de Kyle se disparara. Era tan parecida a la de Alice...
Tom siguió la dirección de su mirada y arqueó una ceja interrogativamente. Kyle le miró y sonrió.
—Tu hasta estando en coma las conquistas —le dijo meneando la cabeza con disgusto—. ¿No puedes dejar algo a los pobres menos favorecidos por la diosa de la belleza?
—Ya puedes hablar tú, ya —se burló su amigo—. Cómo si no supiera que cada día te llevas a una distinta a tu cama.
—No, colega; de eso nada. ¿No sabes la cantidad de enfermedades de transmisión sexual que hay por ahí? Tengo mucho cuidado con las señoras que se acuestan en mi cama.
—Yo también. A ver si te crees que meto a cualquiera en la mía.
—Metes a todas cuantas se te ponen por delante, en espera de que la que te interesa caiga por fin.
Tom estaba al tanto de sus sentimientos por Alice y se compadecía de su amigo al tiempo que le hacía gracia la paciencia que derrochaba con ella.
—No me hables. ¿Sabes cuál es su excusa? Hoy por fin me lo ha dicho. Cree que solo se trataría de una aventura y le gusta demasiado su trabajo como para tener que dejarlo cuando se termine.
—¿No la has sacado de su error y le has dicho que tus sentimientos van más allá de la aventura?
—No, aún no. Aún tiene mucho que madurar.
—Joder, Kyle; llevas más tiempo enamorado de ella del que necesitas para poner en marcha uno de nuestros proyectos. No puedes pasarte el resto de la vida colgado de esa mujer.
—Tengo paciencia, Tom; mucha paciencia. Y mientras tanto me entretengo con pastelitos como ese. Voy a decirle al camarero que le lleve una botella de champán.
—¿Estás chiflado? ¿Una botella para ella sola?
—No, en cuanto terminemos de cenar espero que seas lo suficientemente delicado como para retirarte y dejarme compartirla con ella.
—Si quieres aceptar un consejo; no te acuestes con ella en la primera cita. Juega al sexo seguro, compañero. Nunca sabes con que clase de tía te puedes encontrar.
—Lo tendré en cuenta —y llamó al camarero para que le llevara una botella de Dom Perignon a la mesa de la señorita.
Melissa recibió la botella con una sonrisa dirigida hacia la mesa de enfrente. Dijo algo al camarero, el cual regresó a la mesa de Kyle y Tom y les entregó el mensaje:
—La señorita les invita a que compartan con ella la botella de champán.
—Dígale que cuando terminemos nuestra cena.
Y Melissa esperó pacientemente a que terminaran. Esperaba que el rubito tuviera la suficiente discreción como para retirarse y dejarla a solas con el otro. Le gustaban los hombres morenos más que los rubios; le parecían más hombres.
Tom y Kyle terminaron de cenar y se levantaron para acudir a la mesa de Melissa. Kyle se encargó de las presentaciones.
—Kyle Addison, señorita; mi amigo es Thomas Donaldson.
—Melissa Carlton —era el apellido de su ex-marido y ella tenía pensado conservarlo.
—Es un placer conocerla, señorita Carlton. ¿Podemos sentarnos?

Tom se marchó después de tomar una copa de champán dejando solos a Kyle y Melissa. Y estos dejaron el restaurante una hora más tarde, después de haber dado cuenta de la botella de champán.
—Te puedo acompañar a casa —se ofreció él amablemente—. ¿O has traído coche?
—He traído mi coche, pero gracias. Y gracias por el champán. Ha sido un bonito detalle.
—De nada. Me ha encantado conocerte. ¿Puedo llamarte alguna vez?
—Me gustaría mucho —contestó ella sonriendo ligeramente. Eso era precisamente lo que había ido a buscar. Le dio su número de teléfono y él el suyo del despacho. Su número privado y el de su móvil, aún era demasiado pronto para que los tuviera.
—Bien, buenas noches, Melissa.
—Buenas noches, Kyle.
Ambos se marcharon, los dos con diferentes ideas en la cabeza. Melissa pensando que había encontrado un filón, Kyle recordando lo mucho que se le parecía a Alice y que por esa razón volvería a llamarla.

Alice se quedó a dormir en su antiguo dormitorio. Le dio de cenar a Oliver y le acostó después de bañarle y aún estuvo un rato entreteniendo a su abuela hasta que un bostezo la obligó a irse a dormir.
Cuando despertó, a las siete de la mañana, fue a la habitación de su hermana que dormía hecha un ovillo. Entró y abrió las cortinas y las persianas de golpe dejando entrar la luz y haciendo ruido para que Melissa se despertara.
—¿Que haces? —preguntó una voz ronca desde la cama—. ¡Cierra eso!
—Son las siete de la mañana. Levántate, baña a tu hijo y vístelo para llevarlo al colegio. ¡Ahora mismo, Mel!
—Siempre lo hace la abuela —protestó ella.
—Pues desde hoy lo vas a hacer tú. No sé cómo no te da vergüenza dejar a un niño de la edad de Oliver al cuidado de la abuela. ¿Que edad crees que tiene? Ya es demasiado mayor para seguir a un niño tan pequeño. ¡Muévete de una vez!
—¡Oh! ¡Vete a la mierda, Alice! Ya estás tú levantada. Y Oliver se viste solo, no hace falta que me tenga que levantar yo. Tú le puedes acercar al colegio de camino al trabajo.
—¡No pienso hacer nada de eso! ¡Es tu hijo, maldita sea! Si no querías responsabilizarte de él ¿por qué no se lo dejaste a Richard? Pero, claro ¡qué idiota soy! Si se lo dejabas a él, no tendría que pasarte una pensión —se acercó a la cama y echó hacia atrás las mantas dejando a su hermana destapada. Esta soltó un juramento.
—¿Quieres dejarme en paz? Anoche he llegado tarde. Quiero dormir.
—¡Levántate de una vez si no quieres que te arrastre! —se acercó de nuevo a la cama con la intención de echar de ella a su hermana, pero esta fue más rápida y se salió por el otro lado. Alice echaba fuego por los ojos—. Vas a vestir a Oliver y a darle su desayuno, y le vas a llevar al colegio, ¡todos los días! ¿Me has oído? Vas de dejar de utilizar a la abuela. Ya no está para hacerse cargo de un niño de la edad de Oliver, sobre todo cuando su madre está perfectamente sana. Lo vas a hacer, Melissa —la amenazó—. O te aseguro que hablo con Richard para que pida la custodia del niño.
—Eres una zorra, Alice. Te pondrías de parte del cerdo de mi ex-marido solo para perjudicarme.
—No, no solo para perjudicarte, sino para que Oliver tuviera a alguien que realmente se preocupara por él. Haz lo que te digo o te juro que te vas a arrepentir. Y me aseguraré de que no vuelves a utilizar a la abuela, así que no pienses en pedirle auxilio.

Kyle se dio cuenta que algo le pasaba nada más llegar. La boca de Alice era una fina línea y su malhumor evidente.
—Buenos días, Alice.
—Buenos días, Kyle. Ya he revisado el correo y ahora mismo te lo llevo. ¿Quieres un café?
—Sí, pero no tienes que traerlo tú. Para eso están las otras secretarias.
—Bueno, no se me caen los anillos por llevarte un café junto con el correo —dijo un poco bruscamente.
—¿Te pasa algo? ¿Se trata de tus padres? ¿Has sabido algo de ellos?
—No, no he sabido nada. Voy a volver a llamar a Suiza si me lo permites.
—Sabes que tienes mi permiso para lo que quieras, Alice; y si te puedo ayudar en algo no dudes en pedírmelo.
—Gracias.
Kyle dio un toquecito en su mesa y entró en su despacho. A los pocos minutos entró Tom con una carpeta bajo el brazo y unos planos enrollados en el otro.
—Buenos días, Kyle. ¿Que tal te fue tu cita de anoche?
—¡Joder! Buenos días. ¿Tu vida privada está tan vacía que tienes que interesarte por la mía? ¿Para eso has venido nada mas verme llegar?
—Mi vida es tan patética que tengo que vivir a través de ti. ¿Cómo era la rubia? ¿Tan caliente como parecía?
—No hemos llegado a esa etapa todavía.
—¿No? Hubiera jurado que cuando me marché estabais a punto de entrar en materia.
—Nunca en la primera cita. Pero hemos intercambiado nuestros números de teléfono. Quizá la llame otro día y quede con ella. Ya te lo contaré entonces.
—Muy bien, pero mientras tanto, colega, aquí tienes los planos con las modificaciones del edificio Welter de Bristol. Quieren verte para tratar contigo directamente. Me han llamado a mí, pero han dicho que quieren que seas tú quien supervise la construcción.
—Pues vale. ¿Han hablado de algún día en concreto?
—No, pero es mejor que vayas cuanto antes. Ya se han levantado los cimientos y no es conveniente seguir sin que le eches un vistazo.
—De acuerdo, veré que hay en la agenda y si puedo me iré hoy mismo.
—Entonces ya nos veremos. Que tengas buen viaje.
—Sí, de veinte minutos —llamó a Alice por el intercomunicador—. ¿Puedes venir un momento?
—Dime —Alice entró con el bloc de notas, una taza de café y el correo de la mañana.
—¿Tengo algo en la agenda importante para los próximos dos días?
—Una reunión con los interioristas del edificio del hotel Madison para mañana a las once —lo dijo sin consultar la agenda. Kyle admiraba la buena memoria que tenía—. Te van a llamar de Nápoles esta misma tarde y tienes una cena con los socios del club de campo; para hablar de una ampliación del mismo.
—Pues cancélalo todo y resérvame un pasaje en el puente aéreo para Bristol; búscame habitación en un hotel y vente conmigo.
—¿Yo? —Alice pegó un respingo. Kyle no la necesitaba profesionalmente hablando, pero le apetecía muchísimo pasar dos días con ella fuera de la oficina, aunque tuviera que mentirle y decirle que la necesitaba para tomar notas—. No puedo. Tengo muchísimo trabajo aquí. Además, estoy esperando noticias de Suiza. ¿Es necesario que vaya? ¿No puedes llevarte a otra secretaria?
—No, no quiero a otra —la mirada que le echó la dejó paralizada y sin respiración—. Si no puedes venir tú, me las arreglaré solo.
—¿Cuánto tiempo calculas estar allí?
—Dos días. Tres como mucho si las cosas no van bien —al ver que ella dudaba, Kyle no insistió—. Es igual, Allie; no te preocupes, me las arreglaré. Seguro que allí tienen secretarias.
—Está bien. ¿Seguro?
—Seguro. Cancela todo por estos dos días. Si tardo mas te avisaré. ¿Has llamado ya a Suiza?
—Sí. Todo lo que me han dicho es que mis padres abandonaron el hotel y subieron a un taxi, pero no llegaron al aeropuerto.  Del taxista nadie sabe nada. Los empleados del hotel no han podido dar el número de matrícula ni la compañía. Todo hace suponer que se trataba de un autónomo. Lo extraño es que nadie ha denunciado su desaparición. No sé que pensar.
Kyle rodeó la mesa y se sentó en el borde de la misma, a su lado. Le tomó una mano y la acarició suavemente con el pulgar.
—Pero algo piensas, ¿verdad? ¿Que pasa por esa cabecita tuya?
—Me parece absurdo pero se me ha ocurrido que quizá les hayan secuestrado.
Kyle esperaba algo así. Le dio un apretón en la mano.
—No pienses eso. Si les hubieran secuestrado, a estas alturas ya te habrían pedido un rescate.
—Pues entonces, ¿qué pasó? ¿Que les pasó?
—Deja que la policía haga su trabajo. A veces lleva tiempo. Por eso me gustaría que vinieses conmigo a Bristol, para que desconectaras un poco, pero comprendo que necesites estar aquí.
—Gracias, de verdad te lo agradezco.
—Anda, vete a hacerme esas reservas.  Y búscame el expediente de ese edificio, el Welter.
—Ahora mismo.
Alice le llevó el expediente en cuanto lo encontró. También llamó al aeropuerto para hacer la reserva y al hotel Hamilton para pedir que reservaran una suite. Kyle solía reservar suites por si era necesario reunirse con los directivos de la obra.
—Tienes el billete en el aeropuerto —le dijo Alice entrando en el despacho de Kyle—. El avión sale dentro de una hora. Te he reservado una suite en el Hamilton. Y aquí tienes toda la documentación de la obra. ¿Algo más?
—¿Me das un beso de despedida? —bromeó él guardando los documentos en su portafolios. Alice le miró severa y Kyle sonrió—. ¿No? Vamos a estar dos días sin vernos. ¿Podrás soportarlo?
—Será intolerable —respondió ella tranquilamente.
—Llegará el día, Alice Irving —la amenazó él poniendo un dedo sobre su nariz y dándole un fugaz beso en los labios—. Y ese día acabaré contigo. Es una promesa. Hasta pasado mañana. Te llamaré.



                                            

                                                                       CONTINUARÁ...









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Dos nuevos capítulos de la historia de Kyle y Alice.  ¿Que pasará? Tres Alice telefoneó a su casa para hablar con su abuela. —Ho...