Uno
Alice Irving
tenía veintiocho años, estaba soltera y vivía en un coqueto apartamento en
Villiers Street. Era pequeño; solo contaba con una habitación, un saloncito,
una cocina y un cuarto de baño, pero era suyo. Claro que por el momento lo
compartía con el banco, pero por lo menos era su espacio y no tenía que
compartir baño con otras cinco personas.
Sus padres
vivían en una casa de estilo victoriano en Fitzrovia, en Perry´s Place, casa
que compartían con sus otros dos hijos, Melissa y Rory, y la abuela Melba, que
gozaba del usufructo de la misma, ya que había sido su marido quien la
construyera. Y por si no fuera suficiente, con Melissa vivía también su pequeño
hijo Oliver, fruto de un matrimonio tan desastroso como efímero.
Alice, tan
pronto tuvo los medios para independizarse, lo hizo y a su juicio no lo
suficientemente lejos, pues su hermano acudía regularmente a quedarse en su
casa cada vez que salía de juerga los fines de semana.
Alice trabajaba
en la estudio de arquitectura de Addison´s Architecture, propiedad de Kyle
Addison y Tom Donaldson. Era la secretaria personal del propio Addison desde
hacía tres años.
Había ido
ascendiendo desde su puesto en el equipo de secretarias de la empresa, en la
que entró a trabajar justo al terminar sus estudios de secretariado.
La escuela la
envió a Addison´s a hacer las prácticas de fin de carrera y allí se quedó. Los
dos socios estaban encantados con ella, ya que siempre se ofrecía a quedarse
las horas que fuesen necesarias y los días que hicieran falta, aunque fuera
durante los fines de semana.
Kyle Addison se
fijó en ella y un día la llamó a su despacho y le ofreció el puesto de
secretaria personal suya.
La verdad era
que la muchacha le había llamado la atención desde el principio. Un rostro
bonito en un cuerpo perfecto y además materia gris dentro del cráneo. No
conocía muchas mujeres tan bien equipadas como Alice Irving. Era todo un lujo
que él no quería perder y en los tres años que llevaba trabajando con ella,
nunca se había arrepentido.
Si por él fuera,
la relación hubiera pasado los límites del despacho; pero desde un principio
Alice había sido muy clara: nada de idilios con el jefe. Su profesión estaba
por encima de tonterías románticas. Así pues, Kyle no la presionó y se dedicó a
salir con cuantas muchachas podía. Tenía treinta y seis años, era atractivo y
gozaba de una posición envidiable. Era arquitecto y dueño de la empresa, aunque
hacía algunos años había vendido un tercio de la propiedad a Tom Donaldson,
amigo suyo de la universidad. Ambos compartían el mismo amor por el diseño y la
construcción. Y después de casi ocho años de sociedad, ambos estaban
encantados.
—¿Qué te sucede,
Alice? —le preguntó Kyle a su secretaria. Ella no respondió y él volvió a
preguntar chasqueando los dedos delante de su cara—. ¿Qué te sucede, Alice?
—¿Eh? Ah, nada. ¿Por qué?
—Quieres leerme
el último párrafo que te he dictado, por favor —pidió suavemente. Kyle jamás
levantaba la voz. Tenía una hermosa y profunda voz. Si Alice hubiera querido,
le hubiera susurrado ternezas al oído.
—Estoy enamorado de ti desde hace años...
—comenzó a leer y frunció el ceño al tiempo que su rostro adquiría un vivo
color escarlata—. ¿Qué es esto?
Kyle sonrió.
—Ves como algo
te ocurre. Ni siquiera estás atenta a lo que te digo.
—Lo siento
—arrancó la hoja del bloc y la estrujó, luego la tiró a la papelera. “Ahí van
mis sentimientos”, pensó Kyle. “No ha dudado un segundo en hacer una bola con
ellos y tirarlos a la basura”—. Comience de nuevo, por favor.
Esa era otra
cosa que a Kyle le ponía de los nervios. Ese empeño de ella en tratarle de
manera formal y marcar las distancias. No sabía cuánto tiempo más podría
aguantar tanta indiferencia. Tres años eran muchos años para estar enamorado de
alguien y no hacer nada al respecto. Al menos para él lo eran. Deseaba a Alice
y se moría por estrecharla entre sus brazos y besar esa boca generosa pintada
muy levemente.
Para compensar
un poco su frustración salía con mujeres hermosas, físicamente muy parecidas a
ella, pero que en esencia no se le parecían en nada. Se acostaba con ellas y
aliviaba en parte la tensión sexual que existía cada vez que Alice se le
acercaba.
A veces pensaba
que lo mejor sería trasladarla a otra sección donde no la tuviera que ver a
cada momento. Pero cuando pensaba en su despacho ocupado por otra que no fuera
ella, un escalofrío lo recorría. Y ahí la tenía, sin hacerle el menor caso,
suspirando por ella como un colegial.
—Deja eso y dime
qué te pasa —le pidió de nuevo.
—Eh... Yo... En
realidad no es nada de importancia. Por favor, comience de nuevo; si no nos
vamos a pasar toda la mañana sin hacer otra cosa que estar aquí sentados.
“Yo preferiría
tumbarte en el sofá”, pensó él; pero eso no se lo podía decir.
—No importa, si
hay algo que te preocupa y puedo ayudarte...
—No creo, pero
gracias. ¿No va a dictarme nada?
Kyle se pasó las
manos por la cara. Nada, era como un muro de acero impenetrable.
—Está bien
—claudicó—. Entre la correspondencia que me has entregado hay un fax del
capataz del edificio Orford de Aldeburg diciendo que la obra lleva cuatro días
parada porque la empresa encargada de suministrarle el acero no ha respondido.
No entiendo por qué me envía a mí el fax en lugar de hablar directamente con el
constructor o con Ingleton, el aparejador municipal de Aldeburg que se encarga
de la supervisión de la obra. Busca su teléfono y ponme con él.
—Muy bien. ¿Algo
más?
—Por el momento
no. Gracias.
Kyle la miró
mientras salía. Vestida de manera formal, con una falda corta gris que dejaba
sus impresionantes piernas al descubierto y una blusa azul cielo, contoneando
las caderas sobre los tacones de ocho centímetros, a Kyle se le caía la baba.
Estaba harto de tener que ir al lavabo adjunto a su despacho a mojarse la cara
con agua fría cada vez que ella entraba en el despacho. Eso no era sano, a él
por lo menos lo estaba matando.
Suspiró de pura
frustración y se enfrascó en la lectura de unos documentos que tenía sobre la
mesa.
Alice se sentó a
su mesa y se llevó las manos a la cara. Su trabajo se estaba resintiendo debido
a los problemas familiares que la acuciaban.
Sus padres se
habían marchado hacía tres semanas; se suponía que iban a pasar quince días
esquiando en Suiza, pero al cabo de ese tiempo no regresaron y la única
comunicación que Alice tuvo con ellos fue un par de días antes de la fecha de
su regreso. Ellos la llamaron para advertirla que demorarían su vuelta un par
de días, pero también habían pasado ese par de días y cinco más y no sabía nada
de ellos.
Su abuela Melba
estaba preocupada, su hermano Rory estaba completamente desmadrado sin la
presencia de sus padres y ¿para qué hablar de Melissa? Ella llevaba mucho
tiempo haciendo lo que le daba la gana. No era extraño que ahora, divorciada y
con la pensión que le pasaba su marido no parara en casa más que para dormir.
A Alice esto no
le habría importado si no fuera por Oliver, su pequeño de cinco años. Melissa
le hacía tanto caso como al gato del vecino. Era la abuela Beth, su madre quien
se ocupaba de él. De bañarle, alimentarle y llevarle al colegio. Pero ahora,
con su falta, suponía que sería Melissa quien se ocuparía de él. La verdad era
que no lo sabía.
Cuando saliera
del trabajo tenía que pasar por la casa de sus padres para saber cómo iba todo.
Si en un par de
días sus padres no aparecían, tendría que dar parte a las autoridades, tanto de
Suiza como de Londres.
Suspirando,
Alice escribió las cartas que le dictara Kyle y esbozó una sonrisa al recordar
el párrafo que le había dictado cuando sabía que ella estaba despistada.
Conocía los
sentimientos de Kyle; él había sido claro en eso. Pero ella no estaba segura de
querer traspasar los límites de jefe-secretaria. Sabía que ese tipo de relación
no era duradera. Cuando alguno de los dos se cansaba del otro y la relación se
terminaba, siempre se resentía el trabajo. Y a ella le gustaba mucho el suyo
como para ponerlo en peligro solo porque su jefe se sentía atraído por ella.
Claro que ella
también sentía atracción por él. Desde el principio. Era un tipo impresionante.
Alto, guapo, con el pelo castaño ligeramente largo y ondulado en las puntas;
ojos del color del té cargado. Y un cuerpo de impresión; caderas estrechas,
hombros anchos y estómago plano; y un trasero que rellenaba los pantalones y
que cada vez que pasaba por su lado tenía que controlarse para no darle una
palmada. Y a veces se preguntaba cómo sería dejarse acariciar por esas manos
grandes y perfectas, de dedos largos y uñas cortas; besar esa bonita boca de
labios perfilados y que movía suavemente cada vez que hablaba. Se preguntaba
que sentiría al tocar sus musculosos hombros, pasar sus manos por su ancha
espalda, por el amplio y fuerte pecho apenas cubierto de vello. Ella lo sabía
porque le había visto sin camisa en más de una ocasión, cuando por alguna razón
había tenido que cambiarse en el despacho. Él se sentiría encantado si
conociese los pensamientos de su secretaria. Pero ella se cuidaba mucho de
darlos a conocer. Kyle era un rompecorazones. Había salido con tantas chicas
que Alice dejó de contar a partir de la docena. Por lo que a ella se refería,
la relación estaba bien tal como estaba. Kyle Addison era un jefe estupendo,
gentil pero enérgico. No necesitaba levantar la voz para hacerse obedecer. Sus
maneras eran suaves, nada bruscas y su voz cuanto más suave más temible.
Terminó de
escribir las cartas y después de imprimirlas se las llevó al despacho para que
las firmara, junto con varios documentos que también requerían su firma.
Tocó ligeramente
la puerta y abrió. Kyle estaba de espaldas a la puerta, mirando por la ventana,
sin chaqueta y con las mangas de la camisa arremangadas hasta el codo. Ella
sabía que también la corbata colgaba de cualquier manera.
—Señor Addison
—le llamó suavemente. Él sintió un escalofrío al oír su voz, como cada vez que
le llamaba. Se volvió con los labios apretados en una fina línea—. Tengo su
carta y otros documentos que requieren su firma. Y he telefoneado al señor
Ingleton, de Aldeburg, pero su secretaria me ha dicho que está de viaje y no
volverá hasta el lunes. Lo he intentado también con el constructor, pero nada,
en su oficina me han dicho que está en otra ciudad supervisando otra obra. Si
quiere hablar con el capataz, tengo su número.
—De acuerdo,
llámale.
Alice lo hizo
desde el mismo despacho de Kyle. Cuando el hombre estuvo al aparato se lo pasó
a él.
—Soy Addison
—dijo y levantó una mano deteniendo a Alice que estaba a punto de marcharse—.
¿Me ha enviado un fax?
—Sí, señor.
Lamento tener que molestarle a usted, pero no logro contactar ni con el
aparejador, ni con Dickens, el constructor. La obra lleva parada cuatro días.
—Pero, ¿por
qué?, ¿qué pasa con los materiales?
—No llegan con
la suficiente celeridad. Necesitamos las viguetas de acero para poder seguir
levantando las plantas, pero la empresa encargada de surtirlas no debe disponer
de excedentes porque nos las están surtiendo con cuentagotas.
—¿Ha hablado de
esto con Dickens o Ingleton?
—No logro dar
con ellos, señor Addison. Les he llamado a sus despachos y he dejado recado de
que me llamen en cuanto puedan, pero hasta ahora no se han puesto en contacto
conmigo. No sé qué hacer. He telefoneado a la empresa encargada de suministrar
el material y me han dicho que lo enviarán en cuanto puedan, eso fue anteayer.
Mis hombres llevan cuatro días viéndolas venir.
—De acuerdo, yo
me encargo. Gracias por llamarme.
—¿Puedo decir a
los hombres que mañana volverán al trabajo?
—Eso espero, le
llamaré. No te vayas —ordenó a Alice después de colgar—. Búscame a la empresa
encargada de suministrar las vigas de acero del edificio Orford.
—Ahora mismo se
las busco.
—Alice, espera.
Sé que te lo he pedido en infinidad de ocasiones y siempre me has eludido, pero
¡por favor, Alice! —casi suplicó—. ¿Tanto trabajo te cuesta pronunciar mi
nombre? Es solo un nombre, no te compromete a nada. Me molesta que a Tom le
hables de tú y a mí me mantengas a distancia con el apellido y el tratamiento
formal. Ya has dejado claro que no
quieres que nuestra relación vaya más allá de los límites profesionales, y yo
he respetado esa decisión. Pero, por Dios; nadie más que tú en esta empresa
utiliza conmigo tanta formalidad.
Alice se sonrojó
avergonzada. Era cierto, le había pedido en múltiples ocasiones que le tuteara
y era cierto que todos en la empresa se trataban de una manera muy informal sin
que por ello se perdiera el respeto debido a su autoridad. Pero por alguna
razón ella no quería ser igual que el resto.
—Está bien
—admitió la derrota—. Trataré de ser menos formal, Kyle.
Lo dijo tan
suavemente y con una entonación tan sugerente que él no pudo evitar un gemido
ahogado.
“Me va a matar”,
pensó. “Si pronuncia mi nombre de esa forma y me excito, no sé qué ocurrirá el día que por fin la tenga
en mis brazos y la pueda besar como deseo”
Porque Kyle no
dudaba que algún día ella caería en sus brazos completamente entregada,
desinhibida y dedicada a satisfacer su deseo. Y el día que eso ocurriera, él
haría instalar un castillo de fuegos artificiales. Habría sido la conquista más
ardua de la historia.
—Dame esos
documentos.
Alice se los
pasó, él los firmó y se los devolvió. Iba a salir pero una vez en la puerta se
detuvo dudosa.
—Eh... Señor
Ad..., es decir, Kyle; me preguntaba si me darías permiso para salir media hora
antes. He de resolver un asunto familiar.
—Puedes tomarte
el tiempo que quieras. Y sabes que si necesitas mi ayuda puedes contar con
ella.
—Gracias.
Y una vez
resueltos todos los problemas del día, a las cuatro y media Alice asomó la
cabeza por la puerta del despacho y al verle sentado a su mesa entró.
—Tengo aquí el
teléfono de la empresa encargada de surtir el acero ¿Necesitas algo más antes
de que me vaya?
“Me encantaría
que te acercaras, te sentaras en mi regazo y me dieras un beso de despedida,
pensó”.
—No, nada más,
gracias —dijo en cambio—. Espero que soluciones tu problema.
—Eh, sí. Yo
también lo espero. Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Alice se marchó
y él se quedó un rato mirando la puerta por la que había salido. Luego sacudió
ligeramente la cabeza y marcó el número de la empresa suministradora.
Perdió la
paciencia cuando una secretaria le pasó con el encargado, que a su vez le pasó
con el gerente, que a su vez quería pasarle con otro cargo.
—Ni se le ocurra
—le advirtió Kyle en voz baja—. Hable usted conmigo o ahora mismo rescindo el
contrato que tenemos con usted.
El empleado tragó
saliva un tanto acogotado, pero le respondió.
—Lamento tener
que decirle que el contrato no lo tiene esta empresa con su estudio, señor
Addison. El contrato lo tenemos con la empresa constructora Dickens and Sons.
—Me importa una
mierda con quien tengan el contrato. Ese edifico es mío y pretendo que se
construya dentro del plazo fijado. Si mañana no están las vigas de acero en la
obra, puede ir despidiéndose del contrato. Ya me encargaré personalmente de que
Dickens lo rescinda.
El gerente sabía
que no podían perder ese contrato, el más importante desde que él trabajaba
allí, así que le aseguró a Kyle que al día siguiente tendrían el material en la
obra a primera hora.
—Más le vale —y
le colgó con un golpe seco. Luego llamó al capataz y le dijo lo mismo que le
habían asegurado a él. Finalmente colgó el teléfono y resopló. Miró su reloj y
viendo la hora que era, recogió su chaqueta y dejó su despacho.
****
—Hola abuela
—saludó Alice al llegar a casa de sus padres, en Fitzrovia—. ¿Cómo estás? ¿Has
sabido algo de mamá y papá? —dio un beso a su abuela en la mejilla. ¿Se lo
parecía o en esos días las arrugas se habían multiplicado en el rostro de su
abuela?
La abuela Melba
era la madre de su padre. Vivía en aquella casa desde que su marido la
construyera para ella y sus hijos. Melba tenía además de al padre de Alice,
otra hija; pero se había casado con un americano y vivía en California, en San
Francisco.
—No he sabido
nada, querida. He llamado al hotel donde estaban hospedados, pero me han dicho
que han dejado la habitación hace cuatro días. No sé, Allie, pero me temo que
les haya ocurrido algo grave. No es normal que no se pongan en contacto con
nosotros. Ha tenido que ocurrirles algo.
—Tranquila
abuela. Trataré de averiguar qué pasa. Llamaré a las autoridades suizas para
que les busquen. ¿Dónde está Melissa?
—¡Psche! —su
abuela alzó los hombros con indiferencia—. Melissa entra y sale como Pedro por
su casa. Yo que sé dónde anda metida.
—¿Y Rory? ¿No ha
vuelto aún de la facultad?
—Ha llamado
diciendo que esta noche no regresaría.
—O sea que estás
sola con Ollie —Oliver era el hijo de cinco años de Melissa.
—Sí, pero no
debes preocuparte. Nos las arreglamos bien los dos.
Alice se sentía
furiosa con su hermana. ¿No comprendía
que ahora era más necesaria que nunca? ¿Cómo era capaz de marcharse y dejarle
el niño a su abuela con la angustia que estaba pasando?
—¿Regresará a
cenar o se quedará por ahí? —Alice tenía ganas de verla para decirle cuatro
cosas.
—Ya sabes que no
acostumbra a dar explicaciones. Y yo tampoco se las pido.
—Pues deberías,
abuela. Esta es tu casa y ella debería comportarse como una madre y no dejarte
la responsabilidad a ti. Es vergonzoso.
—Ya sabes cómo
ha sido siempre, cariño. Ha hecho su santa voluntad desde que... —trató de
recordar—. Desde que nació —terminó diciendo con una sonrisa.
—No deberías
permitírselo —insistió ella.
Melba era una
mujer de setenta y siete años; no se podía decir que fuera una anciana, puesto
que se conservaba muy bien y se mantenía bastante activa para su edad. Normalmente
era ella quien se quedaba a cargo de la casa cuando sus padres salían a alguno
de sus frecuentes viajes al continente. Ya fuera de vacaciones al sur de
Francia o a esquiar en Suiza.
Jack Irving
tenía cincuenta y cinco años y cuando su empresa, una cadena multinacional de
supermercados, hizo reajustes en la plantilla, a los más veteranos les
ofrecieron jubilarse con el cien por cien de su salario además de una cuantiosa
indemnización. Su padre fue de los primeros en aceptar y su madre, a la que aún
le faltaban más de diez años para jubilarse de su plaza de profesora de
primaria, lo que hizo fue pedir una excedencia indefinida, continuar pagando
las cuotas de su pensión de jubilación hasta cumplir los años que se requerían
para cobrarla y dedicarse a vivir la vida que no habían podido disfrutar antes
debido a sus hijos y sus profesiones. Al fin y al cabo éstos ya habían crecido,
aunque el más joven de ellos comenzaba ese año la universidad y otra, la mayor,
aún no había encontrado su sitio en la vida a pesar de haber estado casada y
tenido un hijo.
La única que
tenía posibilidades de salir adelante sola se hallaba en realidad tan
preocupada por todos ellos que no podía concentrarse en su trabajo.
Alice preparó la
cena para su abuela, para Oliver y para ella. Estaba claro que Melissa no iba a
aparecer.
Mientras hervía
el agua para preparar un plato de pasta, Alice bañó a Oliver y le puso su
pijama.
—¿Dónde está
mami? —preguntó el niño con su vocecita infantil.
—Ha salido,
cariño. No vendrá a cenar.
—Casi nunca
viene. Y cuando llega yo ya estoy dormido.
—Pero seguro que
va a tu cuarto a arroparte y darte un beso de buenas noches —Alice deseaba
tener a su hermana delante y darle un buen vapuleo.
—No sé, yo nunca
me entero.
—Porque estás
dormido. Oye, Ollie; ¿si te enseño a usar el teléfono serías capaz de llamarme
si ocurre algo malo? —Alice odiaba tener que responsabilizar a un niño tan
pequeño de algo así, pero temía que cualquier día le ocurriese algo a su abuela
y no hubiera nadie que la atendiera.
—Seguro —contestó
el niño orgulloso.
—Seguro —repitió
ella. Estaba segura que esa pequeña persona de cinco años tendría más sentido
común que su madre de treinta—. Pues vamos a hacerlo.
Le puso un
pijama y le roció el pelo con colonia. Le peinó el suave pelo rubio hacia atrás
y le dejó unos mechones levantados. El niño corrió hacia su bisabuela que lo
tomó en brazos olisqueándole el cuello.
—¡Qué bien huele
mi niño!
—¿Quién le lleva
a la escuela por la mañana, abuela?
—¿Quién crees?
—preguntó su abuela dejando la pregunta sin responder. No hacía falta. Con una
mueca de furia, metió los espaguetis en la olla y les echó sal. Removió con una
cuchara de madera la salsa mientras la abuela le contaba un cuento al bisnieto.
—Creo que voy a
venir a quedarme aquí —dijo Alice cuando estaban sentadas a la mesa comiendo
los espaguetis—. Al menos hasta que regresen mamá y papá.
—¿Qué? ¿Para
qué? Con eso solo lograrías que tu hermana delegara en ti más de lo que ya lo
hace.
—Pero abuela...
—protestó Alice—. No podéis quedaros solos. Si a ti te pasa algo, o a Oliver...
—¿Qué me va a
pasar? Aún tengo aliento suficiente para atender al niño.
—Eso tiene que
hacerlo su madre, y no tú. Da igual que venga yo y me utilice a mí; si no estoy
yo, lo hace contigo. Tú también deberías dejarle que se ocupe de su hijo.
—Pero no lo
hace, Allie, y lo sabes. ¿Crees que tengo paciencia para esperar a que se
levante por la mañana para llevarle al colegio? Es más fácil si le llevo yo.
—Pues oblígala.
Échala de la cama y que se mueva. Abuela, así no puede seguir toda la vida.
—Me imagino que
estará esperando a otro incauto que la mantenga.
—La culpa no la
tiene ella, no. La culpa la tenéis todos por haberle consentido siempre todo.
—¿Le guardas
rencor? ¿Crees que a ti no te consentimos tanto?
—Oh, no —movió
la cabeza con energía—. Gracias a Dios que no lo hicisteis, si no ahora a saber
que sería de nosotros. Abuela, estoy preocupada por papá y mamá.
—Yo también. Si
les hubiese ocurrido algo, las autoridades suizas ya nos lo hubieran
comunicado. Y si no les ha ocurrido nada, te juro que cuando regresen me van a
oír.
—Les he llamado
infinidad de veces a sus teléfonos móviles y ninguno responde. Tampoco es
normal. Mañana trataré de comunicarme con las autoridades suizas y poner una
denuncia por desaparición —se levantó, recogió los platos y los dejó en el
fregadero.
—Deja eso, yo me
ocupo. Tú vete a acostar a Oliver; está medio dormido.
—Vamos campeón
—levantó al niño que recostó la cabeza en su hombro. Le llevó a su habitación y
le metió en la cama—. Ollie, ¿recuerdas que te dije que te enseñaría a usar el
teléfono? ¿Estás bastante despierto como para atenderme?
—Sí —pero abrió
la boca en un enorme bostezo.
—Será mejor que
lo dejemos para mañana, cariño. Estás dormido.
—¿Va a venir
mamá?
—Claro que sí,
pero cuando lo haga, tu ya estarás dormido. Buenas noches, cielo.
—Buenas noches,
tía Alice.
Dio un beso al
niño en la frente y dejó encendida una pequeña lámpara sobre la cómoda. Dejó la
puerta entreabierta y salió.
—Será mejor que
me vaya. Quería quedarme hasta que llegara Melissa, pero me temo que tendría
que trasnochar y mañana trabajo. ¿Estarás bien, abuela?
—Pues claro,
niña. Vete y conduce con cuidado.
—Si me
necesitas, llámame, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Hasta mañana.
—Hasta mañana,
abuela —dejó un beso en la mejilla de su abuela y se marchó a su apartamento.
Se sentía culpable por no quedarse con ella y con Ollie; pero ¡qué diablos!
Oliver no era su hijo, tenía a su madre y su abuela no era una débil ancianita
inválida. ¿Y dónde diablos se habían metido sus padres?
Dos
Nada más
llegar a la oficina por la mañana, Alice intentó ponerse en contacto primero
con el hotel donde se hospedaban sus padres en Suiza, concretamente en la
estación invernal de Saint Moritz. Tenía el nombre del hotel y el número de teléfono.
El recepcionista
le habló en francés, idioma que ella dominaba. Le preguntó si sus padres
todavía estaban registrados en el hotel.
—No, señorita.
Los señores Irving dejaron el hotel hace cinco días.
—¿Explicaron si
iban a ir a algún otro lugar? ¿O quizá regresarían a casa?
—No dijeron nada
al respecto, señorita. Simplemente abonaron su cuenta y pidieron un taxi.
Ignoro su itinerario.
—¿Sería posible
contactar con la compañía de taxis? Tuvieron que dar al taxista alguna
dirección. ¿Se puso el hotel en contacto con la compañía de taxis?
—Nadie nos lo
pidió, señorita —el recepcionista se puso a la defensiva—. Nosotros no solemos
interesarnos por los planes de nuestros huéspedes.
—Pues quizá
deberían hacerlo. ¿Cómo puedo ponerme en contacto con la compañía de taxis?
Kyle llegaba en
ese momento acompañado de Tom. Escuchó a Alice hablar en francés y frunció el
ceño. Al llegar a su mesa se inclinó sobre ella para preguntarle en voz baja.
—¿Ocurre algo?
—No —Alice hizo
un gesto con la mano indicando tranquilidad—. No pasa nada. Ahora mismo voy.
—No tengo prisa.
Entró en el
despacho seguido de Tom. Ambos dejaron sus carteras sobre la mesa y comenzaron
a sacar papeles.
—Aquí tienes las
especificaciones para los materiales aislantes del Welter, —Tom le alargó una
carpeta que Kyle tomó y dejó sobre la mesa—. Y estas son las de carpintería,
fontanería y electricidad.
—Gracias.
Enseguida las reviso.
—También tenemos
una reunión con los interioristas del hotel Madison, no lo olvides.
—No lo olvido.
¿Algo más?
—Por ahora no.
Te veo luego.
Kyle asintió con
la cabeza. Dejó todos los documentos sobre la mesa y salió. Alice todavía
hablaba en francés.
—¡C´est intolérable! —Kyle la entendía
perfectamente ya que él también lo hablaba—. Uno de sus taxistas desaparece y
ustedes ni siquiera se preguntan dónde pudo haber ido.
—Pero es que no
ha desaparecido ninguno de nuestros taxistas —le explicó un hombre con
paciencia como si estuviera hablando con una retrasada.
—¿Cómo que no?
El recepcionista del hotel me ha dado su número. Uno de sus taxis recogió a mis
padres en el hotel hace cinco días.
Kyle tomó
asiento sobre una esquina de la mesa y se dispuso a escuchar.
—Le repito que
ninguno de nuestros taxistas recogió a nadie en ese hotel.
—¿Hay otras
compañías de taxis en esa ciudad?
—Hay otras
compañías y también taxistas autónomos, señorita. Pudo haber sido uno de ellos.
En ese caso las compañías no tienen por qué saberlo.
—Lo comprendo,
pero ¿no se ha denunciado la desaparición de ninguno? ¿Por qué me han dado
entonces su teléfono en el hotel?
—No lo sé,
señorita. Los hoteles suelen tener los teléfonos de las compañías de taxis y
que nosotros sepamos no se ha denunciado la desaparición de ninguno de
nosotros.
Kyle escuchaba
la conversación cada vez más extrañado. Alice colgó el teléfono completamente
abatida.
—¿Qué pasa,
Allie? —utilizó la abreviatura de su nombre con tanta ternura que casi la hace
llorar.
—No lo sé. Trato
de averiguar que ha sido de mis padres. Hace tres semanas se fueron a esquiar a
Suiza y desde hace una que no sabemos nada de ellos. Se iban por dos semanas,
pero ya han pasado tres y nadie parece saber donde están.
—¿Con quién
hablabas?
—Con una
compañía de taxis. Según el recepcionista del hotel donde se alojaban, hace
cinco días pidieron un taxi, pero no sabe cuál era su dirección.
—¿Has llamado al
aeropuerto para ver si han tomado el vuelo de regreso?
—Sí, ya lo hice
hace tres días. No cogieron el vuelo que tenían reservado.
—¿Y qué te han
dicho en la compañía de taxis?
—Que ninguno de
sus taxistas recogió a nadie en ese hotel. Piensan que pudo haber sido un
autónomo. Si hubiera sido uno de ellos, se hubieran dado cuenta de que faltaba.
—Sería mejor que
pusieses esto en conocimiento de las autoridades suizas y también de las
nuestras.
—Era lo
siguiente en mi lista. Eh... Aún no he tenido tiempo de revisar el correo, lo
siento. Lo haré ahora.
—Deja el correo.
Llama a la comisaría de... ¿A qué ciudad viajaron?
—A Saint Moritz.
—Pues llama a
las autoridades de Saint Moritz. ¿Quieres que lo haga yo?
Como siempre, su
voz resultaba relajante. Alice se sintió menos nerviosa ahora que él estaba
ahí.
—No, gracias. No
te preocupes. Yo lo haré. Ahora mismo te llevo un café y el correo.
—¿Llamas a la
comisaría o lo hago yo? —su voz no había variado la intensidad pero sí el tono.
Era un tono que no admitía réplica.
—Está bien
—pidió en información internacional el número de la comisaría de policía de
Saint Moritz. Un hombre se presentó como el comisario Tatie. Alice le explicó
entonces la razón de su llamada.
—Tomamos nota de
su denuncia, señorita. Pero no tenemos constancia de la desaparición de ningún
taxista. Investigaremos y la llamaremos. ¿Puede dejarme un número de teléfono,
por favor?
—¿Puedo darles
este número? —preguntó a Kyle tapando el auricular. Él asintió con la cabeza.
Alice le dio entonces el número de su oficina y también el de su teléfono
móvil. El hombre aseguró que los había anotado y Alice le dio las gracias y
colgó—. Van a investigar.
—Tenías que
haber hecho esto antes. Cinco días en un lugar como Saint Moritz pueden ser
decisivos.
—¿Qué quieres
decir?
—Que estamos
casi en noviembre y está cayendo mucha nieve —tomó una mano de Alice entre las
suyas y la sintió fría. Le dio un suave masaje—. No te asustes, seguro que no
ha pasado nada. Quizá se han quedado aislados por la nieve —le rozó la mejilla
con el dorso de la mano y le separó el pelo de la cara. Le levantó la barbilla
para que le mirara. Una leve sonrisa se dibujaba en sus labios—. Estarán bien,
ya lo verás. ¿Me prometes que me llamarás si me necesitas? —Alice asintió
levemente con la cabeza. No podía hablar, el roce de su mano en su cara y bajo
su barbilla la había dejado aturdida—. Bien, ahora vamos a trabajar un poco.
Revisa ese correo pero no me traigas café.
Y durante la
mañana se dedicó a trabajar sin alejarse demasiado del teléfono y sin olvidar
la ternura con qué Kyle la había tratado.
A mediodía avisó
que salía a comer.
—Espera —le
pidió él—. Te acompaño.
—Eh... bueno...
Es que... pensaba acercarme a mi casa —dijo titubeante.
—Oh —él pareció
decepcionado—. Bueno, no pasa nada. Ya pediré que me traigan algo.
—Está bien. Te
veo luego.
—Claro —dejó
caer los brazos sobre la mesa. Tenía que ser más fácil escalar el Everest que
llegar al corazón de esa mujer. Por milésima vez se preguntó si habría tenido
alguna mala experiencia con algún hombre o si era solamente él quien le caía
mal. La paciencia que estaba derrochando con ella no era de este mundo. Y por
milésima vez también se preguntó si valdría la pena la espera y los esfuerzos
que dedicaba a conquistarla. Claro que esfuerzo no dedicaba mucho, ella no
admitiría ni flores ni bombones ni mucho menos algún regalo caro. Paciencia era
todo lo que le quedaba, paciencia y mucha sutileza.
Regresó de comer
y asomó la cabeza para decir que ya había llegado.
—¿Has comido?
¿Te han traído algo?
Kyle levantó la
cabeza de los papeles. Como siempre, se había quitado la chaqueta del traje y
llevaba las mangas de la camisa subidas hasta el codo, dejando asomar unos
antebrazos morenos cubiertos de vello castaño. De la corbata no quedaba rastro.
Alice la vio colgada de un bolsillo de la chaqueta. Estaba tan atractivo como
siempre. Alice le prefería así, un tanto descuidado. Aunque cuando llegaba por
la mañana perfectamente vestido y planchado la vista se le iba detrás.
—Sí, un sándwich
de pavo con lechuga.
—Bueno, te he
traído un trozo de un pastel de chocolate —entró tímidamente y dejó un plato de
plástico con una porción de un pastel de chocolate con arándanos—. No sabía si
te gustaba el chocolate o los arándanos.
—Me gustan los
dos —tiró el bolígrafo sobre la mesa y se echó hacia atrás en la silla. En ese
momento tenía ganas de aplastar su boca con la suya, tumbarla en el sofá,
desnudarla y comérsela en lugar del pastel. Gestos como ese, tan raro en ella,
hacían que valiera la pena la paciencia que estaba derrochando—. ¿Quieres que
lo compartamos?
—Yo ya he comido
mi parte —sonrió y fue como si toda la luz del sol entrara en el despacho. Kyle
estaba tan embobado con ella que no comprendía cómo no se había derretido aún.
—Me
desconciertas, Alice —le dijo tras comer un trozo del pastel—. Nunca sé que
esperar de ti o cómo vas a reaccionar. En un momento parece que me odias y al
siguiente me traes un trozo del mejor pastel de arándanos que yo haya comido
nunca.
Ella sonrió levemente.
—Yo no te odio,
¿de dónde has sacado esa idea?
—Del trato que
me sueles dar. Siéntate —le ordenó—. Cada vez que te he pedido que saliéramos
te has negado.
—Eso es porque
no me gusta mezclar el trabajo con el placer. Creo que ya te lo he dicho en varias
ocasiones.
—¿Y el empeño en
usar el tratamiento formal conmigo? Me he dado cuenta que soy el único con
quien lo haces.
—Bueno, eres mi
jefe y me gusta mantener las distancias. Pero eso no significa que te odie.
—Entonces,
¿puedo preguntarte que sientes por mí?
—Kyle... –Alice
bajó la cabeza avergonzada.
—Puedes
decírmelo; sea lo que sea me lo tomaré bien.
—Kyle —repitió
ella—. Eres un jefe estupendo, y una persona magnífica también, estoy segura.
—Que agradable
—ironizó él—; gracias por el cumplido. ¿Has hecho tú la tarta? Está buenísima
—por el momento dejaría las cosas así.
—Gracias, pero
el mérito no es mío. La ha hecho mi abuela. Bien, si no quieres nada más,
regreso a mi mesa.
—No, nada más.
—Tienes una
reunión dentro de veinte minutos, con los interioristas.
—Lo sé, pero aún
así dame un toque; puede que se me pase.
Ella asintió y
le dejó solo. Kyle suspiró nuevamente meneando la cabeza. No recordaba en qué
momento había adquirido tanta paciencia. Hasta que conoció a Alice, cuando una
mujer le gustaba iba a por ella a degüello. Con esta llevaba tres años
caminando de puntillas a su alrededor como si estuviera pisando huevos.
Alice regresó a
su mesa, olvidada ya la conversación con Kyle, se dedicó a su trabajo y de vez
en cuando miraba al teléfono esperando que sonara, pero nada, se mantenía mudo.
A las seis ya
había terminado su jornada. Kyle no había regresado aún de su reunión, así que
le dejó una nota encima de su mesa, recogió su bolso y las cartas que tenía que
enviar al correo y se marchó.
De nuevo fue a
casa de sus padres en primer lugar. Quería saber cómo estaba su abuela y Oliver
y ver si por casualidad encontraba a su hermana en casa.
Debería haberse
sentido decepcionada, pero no fue así. Naturalmente Melissa había vuelto a
salir.
—Pero, ¿con
quién sale, abuela? ¿Tú lo sabes?
—No tengo ni
idea, cariño. Aquí nadie viene a buscarla. Si se encuentra con alguien lo hace
en el lugar al que va y desde luego a mi no me da explicaciones.
—Hoy pienso
quedarme aquí hasta que aparezca.
—No puedes hacer
eso, Allie. Melissa suele llegar de madrugada y tú tienes que levantarte
temprano.
—Pues me quedaré
a dormir aquí y hablaré con ella por la mañana. No insistas abuela, estoy
decidida. ¿Dónde está Oliver?
—Se ha quedado
en casa de su amigo Taylor. La madre lo traerá dentro de media hora.
—Bien. Entonces
me encargaré de la cena.
—De eso me
encargo yo. Tú descansa un poco. ¿Cuéntame cómo te va por esa oficina y con ese
jefe tan guapo que tienes?
—¿Y tu como
sabes que es guapo? No le conoces.
—Pero solo tengo
que ver tu cara cuando hablas de él. Te gusta mucho ese hombre ¿eh?
—Sí, abuela, me
gusta mucho; pero solamente es mi jefe.
—Pues espabila y
trata de que sea algo más.
Alice se echó a
reír. Si su abuela supiera la cantidad de veces que Kyle le pidió que saliera
con él...
—No, querida. No
se deben mezclar las relaciones personales con las profesionales.
—Pues no sé por
qué. En mis tiempos...
Alice soltó una
carcajada.
—En tus tiempos
las mujeres no trabajaban fuera de casa, abuela. Oh, mira; ahí viene mi novio
preferido.
—Hola, tía
Allie.
—Hola, cariño
—Oliver entró corriendo, la madre de su amigo Taylor venía detrás—. Gracias por
traerle, Susan.
—De nada. Se lo
han pasado de miedo. Hasta mañana.
—Hasta mañana, y
gracias de nuevo.
Mientras Alice
se encargaba de bañar a Oliver y darle su cena, su madre Melissa cenaba sola en
un restaurante. Era la segunda vez que iba, ya que la primera encontró a dos
hombres realmente atractivos cenando solos en el mismo sitio. Uno de ellos le
había gustado especialmente y estaba dispuesta a acudir al lugar todas las
noches que hicieran falta.
Pero la suerte
estaba de su parte, ya que los mismos dos hombres entraron al bar y se sentaron
en la barra. Pidieron unas cervezas y quince minutos más tarde, el camarero les
acompañó a su mesa.
Pasaron por el
lado de Melissa y se sentaron a una mesa frente a ella. El hombre por el que
estaba interesada se sentó justo frente a ella.
Kyle tomó la
carta y la leyó aunque ya la conocía de memoria. Tom pidió un chuletón con
guarnición y Kyle cordero asado con puré de patatas.
Cuando el
camarero se marchó con los pedidos, Kyle paseó la mirada por el comedor y casi pega
un brinco cuando frente a él creyó ver a Alice. Sus ojos se abrieron pero luego
frunció el ceño. La veía hasta cuando no estaba. La mujer que tenía enfrente se
parecía mucho a ella, aunque al mirarla bien, esta se notaba algo mayor. Sin
embargo el pelo rubio lo llevaba con el mismo corte y los ojos eran del mismo
color. El rostro de esta mujer quizá fuera más anguloso y la boca definitivamente
no era la de Alice. La de aquella era más grande y la llevaba pintada de un
tono más subido que el que solía llevar su secretaria.
Melissa sabía
que la estaba mirando; por eso sus movimientos al cortar la comida y meterla en
la boca eran deliberadamente estudiados. Como por casualidad levantó la mirada
y sus ojos se encontraron. La sonrisa que esbozó hizo que el corazón de Kyle se
disparara. Era tan parecida a la de Alice...
Tom siguió la
dirección de su mirada y arqueó una ceja interrogativamente. Kyle le miró y
sonrió.
—Tu hasta
estando en coma las conquistas —le dijo meneando la cabeza con disgusto—. ¿No
puedes dejar algo a los pobres menos favorecidos por la diosa de la belleza?
—Ya puedes
hablar tú, ya —se burló su amigo—. Cómo si no supiera que cada día te llevas a
una distinta a tu cama.
—No, colega; de
eso nada. ¿No sabes la cantidad de enfermedades de transmisión sexual que hay
por ahí? Tengo mucho cuidado con las señoras que se acuestan en mi cama.
—Yo también. A
ver si te crees que meto a cualquiera en la mía.
—Metes a todas
cuantas se te ponen por delante, en espera de que la que te interesa caiga por
fin.
Tom estaba al
tanto de sus sentimientos por Alice y se compadecía de su amigo al tiempo que
le hacía gracia la paciencia que derrochaba con ella.
—No me hables.
¿Sabes cuál es su excusa? Hoy por fin me lo ha dicho. Cree que solo se trataría
de una aventura y le gusta demasiado su trabajo como para tener que dejarlo
cuando se termine.
—¿No la has
sacado de su error y le has dicho que tus sentimientos van más allá de la
aventura?
—No, aún no. Aún
tiene mucho que madurar.
—Joder, Kyle;
llevas más tiempo enamorado de ella del que necesitas para poner en marcha uno
de nuestros proyectos. No puedes pasarte el resto de la vida colgado de esa mujer.
—Tengo
paciencia, Tom; mucha paciencia. Y mientras tanto me entretengo con pastelitos
como ese. Voy a decirle al camarero que le lleve una botella de champán.
—¿Estás
chiflado? ¿Una botella para ella sola?
—No, en cuanto
terminemos de cenar espero que seas lo suficientemente delicado como para
retirarte y dejarme compartirla con ella.
—Si quieres
aceptar un consejo; no te acuestes con ella en la primera cita. Juega al sexo
seguro, compañero. Nunca sabes con que clase de tía te puedes encontrar.
—Lo tendré en
cuenta —y llamó al camarero para que le llevara una botella de Dom Perignon a
la mesa de la señorita.
Melissa recibió
la botella con una sonrisa dirigida hacia la mesa de enfrente. Dijo algo al
camarero, el cual regresó a la mesa de Kyle y Tom y les entregó el mensaje:
—La señorita les
invita a que compartan con ella la botella de champán.
—Dígale que
cuando terminemos nuestra cena.
Y Melissa esperó
pacientemente a que terminaran. Esperaba que el rubito tuviera la suficiente
discreción como para retirarse y dejarla a solas con el otro. Le gustaban los
hombres morenos más que los rubios; le parecían más hombres.
Tom y Kyle
terminaron de cenar y se levantaron para acudir a la mesa de Melissa. Kyle se
encargó de las presentaciones.
—Kyle Addison,
señorita; mi amigo es Thomas Donaldson.
—Melissa Carlton
—era el apellido de su ex-marido y ella tenía pensado conservarlo.
—Es un placer
conocerla, señorita Carlton. ¿Podemos sentarnos?
Tom se marchó
después de tomar una copa de champán dejando solos a Kyle y Melissa. Y estos
dejaron el restaurante una hora más tarde, después de haber dado cuenta de la
botella de champán.
—Te puedo
acompañar a casa —se ofreció él amablemente—. ¿O has traído coche?
—He traído mi
coche, pero gracias. Y gracias por el champán. Ha sido un bonito detalle.
—De nada. Me ha
encantado conocerte. ¿Puedo llamarte alguna vez?
—Me gustaría
mucho —contestó ella sonriendo ligeramente. Eso era precisamente lo que había
ido a buscar. Le dio su número de teléfono y él el suyo del despacho. Su número
privado y el de su móvil, aún era demasiado pronto para que los tuviera.
—Bien, buenas
noches, Melissa.
—Buenas noches,
Kyle.
Ambos se
marcharon, los dos con diferentes ideas en la cabeza. Melissa pensando que
había encontrado un filón, Kyle recordando lo mucho que se le parecía a Alice y
que por esa razón volvería a llamarla.
Alice se quedó a
dormir en su antiguo dormitorio. Le dio de cenar a Oliver y le acostó después
de bañarle y aún estuvo un rato entreteniendo a su abuela hasta que un bostezo
la obligó a irse a dormir.
Cuando despertó,
a las siete de la mañana, fue a la habitación de su hermana que dormía hecha un
ovillo. Entró y abrió las cortinas y las persianas de golpe dejando entrar la
luz y haciendo ruido para que Melissa se despertara.
—¿Que haces?
—preguntó una voz ronca desde la cama—. ¡Cierra eso!
—Son las siete
de la mañana. Levántate, baña a tu hijo y vístelo para llevarlo al colegio.
¡Ahora mismo, Mel!
—Siempre lo hace
la abuela —protestó ella.
—Pues desde hoy
lo vas a hacer tú. No sé cómo no te da vergüenza dejar a un niño de la edad de
Oliver al cuidado de la abuela. ¿Que edad crees que tiene? Ya es demasiado
mayor para seguir a un niño tan pequeño. ¡Muévete de una vez!
—¡Oh! ¡Vete a la
mierda, Alice! Ya estás tú levantada. Y Oliver se viste solo, no hace falta que
me tenga que levantar yo. Tú le puedes acercar al colegio de camino al trabajo.
—¡No pienso
hacer nada de eso! ¡Es tu hijo, maldita sea! Si no querías responsabilizarte de
él ¿por qué no se lo dejaste a Richard? Pero, claro ¡qué idiota soy! Si se lo
dejabas a él, no tendría que pasarte una pensión —se acercó a la cama y echó
hacia atrás las mantas dejando a su hermana destapada. Esta soltó un juramento.
—¿Quieres
dejarme en paz? Anoche he llegado tarde. Quiero dormir.
—¡Levántate de
una vez si no quieres que te arrastre! —se acercó de nuevo a la cama con la
intención de echar de ella a su hermana, pero esta fue más rápida y se salió
por el otro lado. Alice echaba fuego por los ojos—. Vas a vestir a Oliver y a
darle su desayuno, y le vas a llevar al colegio, ¡todos los días! ¿Me has oído?
Vas de dejar de utilizar a la abuela. Ya no está para hacerse cargo de un niño
de la edad de Oliver, sobre todo cuando su madre está perfectamente sana. Lo
vas a hacer, Melissa —la amenazó—. O te aseguro que hablo con Richard para que
pida la custodia del niño.
—Eres una zorra,
Alice. Te pondrías de parte del cerdo de mi ex-marido solo para perjudicarme.
—No, no solo
para perjudicarte, sino para que Oliver tuviera a alguien que realmente se
preocupara por él. Haz lo que te digo o te juro que te vas a arrepentir. Y me
aseguraré de que no vuelves a utilizar a la abuela, así que no pienses en
pedirle auxilio.
Kyle se dio
cuenta que algo le pasaba nada más llegar. La boca de Alice era una fina línea y
su malhumor evidente.
—Buenos días,
Alice.
—Buenos días,
Kyle. Ya he revisado el correo y ahora mismo te lo llevo. ¿Quieres un café?
—Sí, pero no
tienes que traerlo tú. Para eso están las otras secretarias.
—Bueno, no se me
caen los anillos por llevarte un café junto con el correo —dijo un poco
bruscamente.
—¿Te pasa algo?
¿Se trata de tus padres? ¿Has sabido algo de ellos?
—No, no he
sabido nada. Voy a volver a llamar a Suiza si me lo permites.
—Sabes que
tienes mi permiso para lo que quieras, Alice; y si te puedo ayudar en algo no
dudes en pedírmelo.
—Gracias.
Kyle dio un
toquecito en su mesa y entró en su despacho. A los pocos minutos entró Tom con
una carpeta bajo el brazo y unos planos enrollados en el otro.
—Buenos días,
Kyle. ¿Que tal te fue tu cita de anoche?
—¡Joder! Buenos
días. ¿Tu vida privada está tan vacía que tienes que interesarte por la mía?
¿Para eso has venido nada mas verme llegar?
—Mi vida es tan
patética que tengo que vivir a través de ti. ¿Cómo era la rubia? ¿Tan caliente
como parecía?
—No hemos
llegado a esa etapa todavía.
—¿No? Hubiera
jurado que cuando me marché estabais a punto de entrar en materia.
—Nunca en la
primera cita. Pero hemos intercambiado nuestros números de teléfono. Quizá la
llame otro día y quede con ella. Ya te lo contaré entonces.
—Muy bien, pero
mientras tanto, colega, aquí tienes los planos con las modificaciones del
edificio Welter de Bristol. Quieren verte para tratar contigo directamente. Me
han llamado a mí, pero han dicho que quieren que seas tú quien supervise la
construcción.
—Pues vale. ¿Han
hablado de algún día en concreto?
—No, pero es
mejor que vayas cuanto antes. Ya se han levantado los cimientos y no es
conveniente seguir sin que le eches un vistazo.
—De acuerdo,
veré que hay en la agenda y si puedo me iré hoy mismo.
—Entonces ya nos
veremos. Que tengas buen viaje.
—Sí, de veinte
minutos —llamó a Alice por el intercomunicador—. ¿Puedes venir un momento?
—Dime —Alice
entró con el bloc de notas, una taza de café y el correo de la mañana.
—¿Tengo algo en
la agenda importante para los próximos dos días?
—Una reunión con
los interioristas del edificio del hotel Madison para mañana a las once —lo
dijo sin consultar la agenda. Kyle admiraba la buena memoria que tenía—. Te van
a llamar de Nápoles esta misma tarde y tienes una cena con los socios del club
de campo; para hablar de una ampliación del mismo.
—Pues cancélalo
todo y resérvame un pasaje en el puente aéreo para Bristol; búscame habitación
en un hotel y vente conmigo.
—¿Yo? —Alice
pegó un respingo. Kyle no la necesitaba profesionalmente hablando, pero le
apetecía muchísimo pasar dos días con ella fuera de la oficina, aunque tuviera
que mentirle y decirle que la necesitaba para tomar notas—. No puedo. Tengo
muchísimo trabajo aquí. Además, estoy esperando noticias de Suiza. ¿Es
necesario que vaya? ¿No puedes llevarte a otra secretaria?
—No, no quiero a
otra —la mirada que le echó la dejó paralizada y sin respiración—. Si no puedes
venir tú, me las arreglaré solo.
—¿Cuánto tiempo
calculas estar allí?
—Dos días. Tres
como mucho si las cosas no van bien —al ver que ella dudaba, Kyle no insistió—.
Es igual, Allie; no te preocupes, me las arreglaré. Seguro que allí tienen
secretarias.
—Está bien.
¿Seguro?
—Seguro. Cancela
todo por estos dos días. Si tardo mas te avisaré. ¿Has llamado ya a Suiza?
—Sí. Todo lo que
me han dicho es que mis padres abandonaron el hotel y subieron a un taxi, pero
no llegaron al aeropuerto. Del taxista
nadie sabe nada. Los empleados del hotel no han podido dar el número de
matrícula ni la compañía. Todo hace suponer que se trataba de un autónomo. Lo
extraño es que nadie ha denunciado su desaparición. No sé que pensar.
Kyle rodeó la
mesa y se sentó en el borde de la misma, a su lado. Le tomó una mano y la
acarició suavemente con el pulgar.
—Pero algo
piensas, ¿verdad? ¿Que pasa por esa cabecita tuya?
—Me parece
absurdo pero se me ha ocurrido que quizá les hayan secuestrado.
Kyle esperaba
algo así. Le dio un apretón en la mano.
—No pienses eso.
Si les hubieran secuestrado, a estas alturas ya te habrían pedido un rescate.
—Pues entonces,
¿qué pasó? ¿Que les pasó?
—Deja que la
policía haga su trabajo. A veces lleva tiempo. Por eso me gustaría que vinieses
conmigo a Bristol, para que desconectaras un poco, pero comprendo que necesites
estar aquí.
—Gracias, de
verdad te lo agradezco.
—Anda, vete a
hacerme esas reservas. Y búscame el
expediente de ese edificio, el Welter.
—Ahora mismo.
Alice le llevó
el expediente en cuanto lo encontró. También llamó al aeropuerto para hacer la
reserva y al hotel Hamilton para pedir que reservaran una suite. Kyle solía
reservar suites por si era necesario reunirse con los directivos de la obra.
—Tienes el
billete en el aeropuerto —le dijo Alice entrando en el despacho de Kyle—. El
avión sale dentro de una hora. Te he reservado una suite en el Hamilton. Y aquí
tienes toda la documentación de la obra. ¿Algo más?
—¿Me das un beso
de despedida? —bromeó él guardando los documentos en su portafolios. Alice le
miró severa y Kyle sonrió—. ¿No? Vamos a estar dos días sin vernos. ¿Podrás
soportarlo?
—Será
intolerable —respondió ella tranquilamente.
—Llegará el día,
Alice Irving —la amenazó él poniendo un dedo sobre su nariz y dándole un fugaz
beso en los labios—. Y ese día acabaré contigo. Es una promesa. Hasta pasado
mañana. Te llamaré.
CONTINUARÁ...

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