Tres
Alice
telefoneó a su casa para hablar con su abuela.
—Hola, querida.
¿Has averiguado algo? —el día anterior le había comentado que había llamado a
la policía de Saint Moritz para denunciar la desaparición de sus padres.
—Lo único que saben
es que han dejado el hotel y un taxi les recogió. No llegaron al aeropuerto. No
tienen más pistas. De todas formas dicen que siguen investigando, ya que
también el taxista desapareció.
—¿Crees que se
trata de un secuestro?
—No lo sé,
abuela. Papá y mamá no tienen tanto dinero como para que alguien quiera
secuestrarles. No sé que pensar, pero estoy muy preocupada.
—Todos lo
estamos, cariño. Pero no sufras, verás que están bien, quizá se han perdido.
—Sí, quizá.
¿Está Mel en casa?
—Sí, pero se ha
metido en la cama en cuanto ha dejado a Oliver en el colegio.
—Abuela, no le
hagas la comida. Cuando se levante que se la prepare ella. Tienes que dejar que
se ocupe de sí misma y de Oliver.
—Es que no lo
hace, Allie, ya lo sabes. No puedo dejar al niño sin comer.
Alice lo
entendía, ella tampoco sería capaz de dejar a su sobrino sin alimento, pero le
enfurecía que su hermana se valiera de eso para no ocuparse de él. No entendía
porque no se lo había dejado a su padre si no quería ocuparse ella. Pero claro,
si ella no tuviera su custodia, su padre no estaría obligado a pasarle una
pensión alimenticia.
—¿Sabes algo de
Rory? Hace días que no me llama.
—Llamó anoche.
Dijo que vendría este fin de semana. Seguramente tendrá un cargamento de ropa
que lavar por eso aparece.
—Bueno, abuela;
tengo que dejarte. Iré esta noche a verte.
—No, Alice; vete
a tu casa. ¿No eres tú la que dices que Melissa debe ocuparse de su hijo? Pues
deja que lo haga.
—Pero no lo
hace, abuela. Si no voy yo, lo harás tú.
—Pues lo hago
yo. Tú ya haces bastante. Quiero que te vayas a tu casa y te relajes. Sal con
alguna amiga o con ese jefe tan guapo que tienes.
—Mi jefe no está
y aunque estuviera no saldría con él. Te veré mañana entonces. A no ser que
tenga noticias de Suiza.
Pero desde Suiza
nadie volvió a llamar ese día. Hacia las cinco y media Alice terminó su
trabajo. Estaba recogiendo todas sus cosas cuando el teléfono sonó.
—Addison —dijo
ella mecánicamente.
—Quiero hablar
con el señor Addison —dijo una voz conocida. ¿Melissa? ¿Esa que llamaba era
Melissa? ¿Y para qué quería hablar con Kyle? Tratando de desfigurar la voz para
que su hermana no la reconociera contestó.
—Lo lamento, el
señor Addison no está. ¿Puede darme su nombre y dejar un recado?
—Oh —en el tono
de Mel se notaba la decepción. Había esperado volver a cenar con Kyle Addison.
Era un bombón, además de soltero y rico—. ¿Puede decirme dónde puedo
localizarle? Es importante que hable con él. Soy una amiga suya muy querida.
Los dientes le
rechinaron a Alice. ¿Una amiga muy querida?
—Pues no estoy
segura, señorita... ¿Cómo ha dicho que se llama?
—Me llamo
Melissa Carlton. Kyle ya sabe quién soy.
¿Sabe quién
eres?, se preguntó Alice. ¿Y desde cuando lo sabe? ¡Será cretino! ¿Y por qué le
sorprendía tanto? Como si fuera la primera vez que una mujer llamaba a Kyle al
trabajo. Pero es que esta era su hermana. ¿Acaso no sabía Mel que ella era la
secretaria de Kyle? Seguro que no, Melissa no prestaba atención a nada que no
fuera de su estricta conveniencia. ¿Qué le podía importar dónde trabajaba su
hermana?
Sacudió la
cabeza con fuerza y contestó:
—Bueno, verá; el
señor Addison está fuera de la ciudad. Lamento no poder darle su número de
teléfono. Pero puede dejarme un recado y yo se lo haré llegar.
—Oh, no es
necesario. ¿Cuándo regresa?
—Quizá pasado
mañana.
—Entonces solo
dígale que le ha llamado Melissa y que volverá a llamarle.
—Desde luego,
señorita Carlton. Me encantará darle su mensaje —Melissa tampoco captó el tono
irónico con que le respondió.
Colgó el
teléfono más furiosa de lo que desearía. ¿Así que ahora se liaba con su
hermana? ¡Perfecto! ¿Y sabría que se trataba de su hermana? Seguro que no; no
tenía manera de saberlo. Y ella no se lo iba a decir. Tampoco le iba a decir a
Melissa que era su jefe con el que salía. Ya se enterarían ambos y entonces
haría morder el polvo a Kyle.
Por una vez hizo
caso a su abuela y no fue a su casa. Condujo hacia su apartamento. El pobre
tenía una capa de polvo sobre el suelo y los muebles. Se dedicó de lleno a
hacer limpieza. Las lágrimas luchaban por anegar sus ojos, pero no las dejaría
salir. No iba a llorar por Kyle Addison. No se lo merecía.
Kyle regresó al
mediodía. Tomó un taxi en el aeropuerto y fue directamente al despacho. Alice
no le esperaba hasta el día siguiente, así que se llevó una sorpresa cuando lo
vio entrar.
—No te esperaba
tan pronto —estaba a punto de darle un mordisco al bocadillo de carne que había
pedido a la cafetería—. ¿Ha ido todo bien?
—Sí, todo ha ido
bien. He terminado antes de lo previsto, por eso regresé hoy. ¿Que tal por aquí?
—Nada nuevo
—siguió a Kyle hasta el interior de su despacho y le dio el recado de Mel—. Has
tenido una llamada, de una tal Melissa Carlton —lo dijo con una indiferencia
que no sentía, como si se tratara de un recado de cualquiera de las otras
mujeres que le habían llamado antes que Mel.
—Ah, ¿que
quería? —buscó en su rostro alguna señal de celos pero se llevó una decepción.
—A mi no me lo
iba a decir. Solo dijo que volvería a llamarte.
—Bien, gracias.
—¿Puedo hacerte
una pregunta?
—Claro. ¿Que
quieres saber?
—¿Desde cuándo
sales con esa mujer? —Kyle la miró arqueando una ceja—. Es la primera vez que
oigo su nombre. No sabía que estabas saliendo con alguien.
—La conocí hace
dos días, en un restaurante donde había ido a cenar con Tom —pulsó el intercomunicador
del despacho de Tom y pidió a su secretaria que le dijera que se reuniera con
él.
—¿Te has
acostado con ella?
—¡Alice!
—exclamó Kyle—. Tú nunca me has hecho ese tipo de preguntas y no creo que sea
de caballeros responder.
—¿Por qué? ¿Que
tiene que ver la caballerosidad aquí? Tú sueles acostarte con cuanta tía se te
pone delante. Solo quería saber si esta vez también lo habías hecho.
—Pues aunque no
sea de tu incumbencia, te diré que no, aún no —puntualizó—. Y cuando lo haga,
si llego a hacerlo; no pienso comentarlo contigo.
—¿Has pensado en
la clase de mujer que puede ser?
—Pero bueno. ¿A
qué viene tanto interés en mi vida privada?
—Tú no tienes
vida privada, Kyle. Toda tu vida es del dominio público. Pero responde a mi
pregunta. ¿Te has preguntando que clase de mujer es?
—No, no me lo he
preguntado. A mí me pareció de lo más normal.
—¿Una mujer que
cena sola en un restaurante no te pone sobre aviso? Ese es el tipo de mujer que
acaba de divorciarse y anda a la caza de un nuevo pardillo que la mantenga.
—Hola, Tom;
pasa. Llegas a punto para conocer la opinión de Alice sobre las mujeres que
acuden a los restaurantes a cenar solas —replicó secamente.
Tom entró en el
despacho y se sentó en una esquina de la mesa.
—¿A que mujeres
te refieres, Alice?
—A la que Kyle
conoció la otra noche cuando cenaba contigo.
—Ah, ya
recuerdo. ¿Que pasa con ella?
—Alice cree que
se trata de una recién divorciada en busca de su próximo marido.
—Yo también lo
creo —Kyle miró a su amigo levantando los hombros y arqueando las cejas—. Bueno
—explicó este—. ¿Por qué sino iba a estar cenando sola y aceptar la botella de
champán que le enviaste?
—¿Le enviaste
una botella de champán?
—¿Por que no te
grapas la boca, Tom?
—Bueno, Addison.
Que te vaya muy bien con tu divorciada —Alice se levantó para irse.
—No está
divorciada —insistió él.
—¿Quieres
apostar algo?
—Claro. Si
pierdo te invito a cenar. Si gano, me invitas tú.
—Anda ya. De
todas formas tengo que cenar contigo.
—Pues entonces
elige tú la apuesta.
—No hay apuesta,
cariño. Yo gano seguro. Te agradecería que cualquier día la trajeras por la
oficina, para presentármela.
—Me ha llamado
cariño —dijo Kyle en voz baja cuando Alice se marchó—. Hace una semana me
trataba de usted y hoy me llama cariño.
—¿No fuiste tu
quien le pidió un trato menos formal? Y yo no me lo tomaría como una expresión
amorosa, colega. No me parecía muy contenta con tu nuevo ligue.
—A ella que más
le da. Si no me hace puñetero caso. Es el perro del hortelano, ni come ni deja
comer. Pues como comprenderás no pienso pasarme la vida arrastrándome a su
paso.
—O sea que
piensas volver a salir con la divorciada.
—¡Joder! ¡que no
está divorciada!
Y como para
demostrar a Alice que no le importaba lo que ella pensara, esa misma tarde
llamó a Melissa para quedar con ella.
Mel aceptó
encantada. Se vistió con esmero y fue a la peluquería, se maquilló de forma que
sus ojos resaltaran y cuando estaba lista para salir llegó Alice.
“Así que sale de
nuevo con ella”, pensó. Aún así preguntó.
—¿Vas a salir?
—Sí —replicó su
hermana a la defensiva—. Oliver ya está bañado y ya ha cenado y la abuela está
leyéndole un cuento. Espero que no tengas nada de objetar.
—En absoluto.
¿Puedo preguntarte con quien sales?
—Con un hombre
encantador. Atractivo y rico.
—Claro; si fuera
pobre ni siquiera le tendrías en cuenta, ¿verdad?
—Los pobres
suelen ser aburridos, Allie. Y a mí me gusta divertirme.
—¿Va a venir a
buscarte?
—No, hemos
quedado en el restaurante.
“Menos mal”,
pensó Alice. No hay posibilidad de que me encuentre con él.
—Que te
diviertas, querida. Y procura no llegar demasiado tarde. Oliver tiene colegio
mañana.
Melissa no
respondió, solo se montó en el coche dispuesta a reunirse con el que esperaba
fuera su segundo marido.
Alice aprovechó
que estaba en casa de su abuela para llamar de nuevo a la policía de Suiza.
—Hacemos todo lo
que podemos, señorita Irving —le respondió el comisario Tatie—. Le aseguro que
estamos investigando, pero sus padres desaparecieron sin dejar rastro. Le
prometo que en cuanto tengamos alguna información la llamaré por teléfono.
—Gracias
comisario y perdone que llame tan tarde.
—No se preocupe.
Todavía me quedan horas de trabajo.
Kyle pasó los
siguientes cuatro días saliendo diariamente con Melissa. No era Alice pero la
muchacha le gustaba y estaba convencido que tanto ella como Tom se equivocaban
en cuanto a su estado civil. Claro que podía preguntárselo y salir de dudas,
pero maldito fuera si le iba a dar el gusto a su esquiva secretaria.
Aún no se había
acostado con ella y ella tampoco daba la impresión de querer apresurarse. Si
ella le hubiera hecho alguna insinuación, sin duda él hubiera tomado la
iniciativa.
Melissa era
demasiado lista para precipitarse. Antes de acostarse con él quería tenerlo
bien dispuesto. Quería dar la imagen de señorita de buena familia que no se
apresura a llevar un tío a la cama. Aunque el hombre era de lo más deseable.
Tenía un precioso rostro moreno, una boca perfecta que debía besar como los
ángeles y unos ojos castaños, del color del té fuerte que seguramente se
oscurecerían cuando estaba excitado.
Kyle le preguntó
por su familia y ella respondió que vivía con sus padres y su abuela. Le contó
que su hermano estudiaba y su otra hermana no vivía ya en la casa familiar. No
mencionó ningún nombre porque no lo consideró necesario. Y desde luego tampoco
le habló de Oliver ni de su reciente divorcio.
Kyle,
satisfecho, pensó en su socio y su secretaria; dos agoreros que deseaban ver
esa relación fracasada. Claro que no se podía llamar relación. Aún estaban en
la etapa en que se estaban conociendo.
De pronto Kyle
recordó algo y sonrió.
—Melissa. ¿Te
gustaría acompañarme mañana a comer? No sería demasiado temprano porque tengo
una reunión hacia las doce y media, pero puedes venir a recogerme al despacho
hacia la una y media. A esa hora ya estaré libre —“Y su secretaria ya habría
regresado de comer y les vería juntos”
—Me encantaría.
Pero no sé dónde queda tu empresa.
Kyle le dio la
dirección y después de tomar un café la llevó de regreso a su casa. No le dio
ni un beso de despedida y Mel tampoco lo insinuó.
Al día
siguiente, Kyle actuó como siempre, pero a la hora de comer le pidió a Alice
que regresara sobre la una y media. Ella se extrañó de la petición.
—Suelo regresar
sobre esa hora todos los días, no es necesario que me lo recuerdes.
—Bueno, solo era
un comentario. Tampoco hace falta que te enojes —hacía días que Kyle no
mencionaba a Melissa y ella tampoco le mencionaba a él en casa. Claro que Mel
nunca mencionaba nada respecto a sus salidas ni con quien las hacía. Se
preguntó si el idilio ya habría llegado a su fin.
Salió a la una
para comer y regresó a la una y media como le había pedido Kyle.
Melissa llegó
hacia la una y veinte. Una de las secretarias la llevó al despacho de Kyle y le
pidió que le esperara allí. Cerca ya de la una y media entró él y sonrió al ver
allí a Mel.
—Hola —la saludó
con una sonrisa.
—Hola, he
llegado algo temprano.
—No, llegas a la
hora justa —miró su reloj, la una y media. Esperaba que Alice no tardara mucho
más.
No lo hizo. Kyle
pudo oírla llegar hablando con otra persona. Era Tom. Alice tocó la puerta del
despacho y entró. Kyle no estaba solo. Mel estaba con él.
—¡Allie!
—exclamó su hermana sorprendida. Kyle frunció el ceño.
—Hola Mel. Hola
Kyle —la expresión de este último no tenía desperdicio. Alice sintió como le
subía la euforia.
—¿Que haces
aquí? —preguntó su hermana.
—¿Cómo que qué
hago aquí? Trabajo aquí.
—¿Os conocéis?
—que pregunta tan estúpida. Claro que se conocían y la muy... de su secretaria
lo supo todo el tiempo.
—Claro, es mi
hermana —respondió Melissa dejando sin aliento a Kyle con esa confesión. Tom no
pudo evitar echarse a reír.
Alice miró a su
jefe sin expresión alguna. Luego, con una lenta sonrisa y un alzamiento de
cejas se volvió para marcharse.
—J.M. jefe —le
dijo como único comentario alzando el pulgar, gesto que él interpretó a la
perfección. Le estaba dando jaque mate.
—No entiendo
nada —comentó Melissa—. No tenía ni idea de que fueras el jefe de mi hermana.
—Yo tampoco
tenía ni idea de que fueras la hermana de mi secretaria —y en ese momento
empezó a perder la ecuanimidad de la que tanto se jactaba—. ¡Que... zorrón!
—exclamó sin poder contenerse. Todo el tiempo estuvo tomándole el pelo. Ella
sabía perfectamente que estaba saliendo con su hermana y no le dijo nada. ¡Que
cabrona! ¡Que ruin! ¡Que jodida zorra! Y por mucho que buscó no encontró ningún
otro adjetivo que la calificara.
—¡Kyle! Estás
hablando de mi hermana.
—Tu hermana es
una mezquina ruin y pendenciera, vengativa y... —el siempre ecuánime Kyle
estaba perdiendo los papeles. Un punto más para su secretaria—. Lo siento,
Melissa, pero vamos a tener que dejar la comida.
—¿Por qué?
—Contéstame a
una pregunta. ¿Estás divorciada? —Mel enrojeció. Kyle obtuvo su respuesta—. Lo
lamento —dijo muy serio—. No salgo con divorciadas.
—Pero... —Mel miraba
hacia Kyle y luego a Tom que se mantenía aparte sin intervenir—. Pero... ¿Por
qué? ¿Que tiene que ver que sea hermana de tu secretaria?
—No se trata de
eso. Se trata de que no salgo con divorciadas. Tenéis demasiado equipaje a la
espalda y yo no soy el siguiente en la lista. Lo siento, Mel; si lo hubiera
sabido antes no te hubiera invitado a salir.
—¿Te dijo ella
que estaba buscando a mi siguiente marido?
—En absoluto. De
hecho no me habló para nada de ti. Es ahora cuando me entero que sois hermanas.
Mel... no hagamos esto más complicado. Fue agradable conocerte, pero no quiero
volver a salir contigo.
Melissa se quedó
allí sin decir nada; solo mirándole. Luego tomó su bolso y su abrigo y salió.
Se paró frente a la mesa de su hermana y se inclinó sobre ella.
—Es por tu
culpa, ¿sabes? No sé de qué forma, pero es por culpa tuya que no quiere volver
a salir conmigo.
—Te equivocas
—ese comentario dejó a Alice confundida—. Yo no he hecho nada.
—¿Por qué no me
dijiste que era tu jefe? Has tenido cientos de oportunidades desde que te dije
que estaba saliendo con él. Y las veces que llamé por teléfono... Me lo pudiste
haber dicho.
—Si no fueras
tan egoísta y te preocuparas un poco más de los que te rodeamos, quizá te
hubieras enterado de donde trabajo y quien es mi jefe.
—No entiendo
nada. No sé de que manera, pero estoy segura que todo esto tiene mucho que ver
contigo.
—Yo estoy segura
de que no. Perdona, Mel; pero tengo trabajo.
Melissa dio una
fuerte palmada sobre la mesa y apretando los dientes se marchó. Alice sacudió
la cabeza como quien se sacude una mosca y siguió trabajando.
Dentro del
despacho, Kyle rezumaba indignación paseándose de un lado a otro. Tom lo veía y
no podía evitar sonreír. Su amigo siempre había hecho gala de una serenidad y
una tranquilidad envidiable; sin embargo ahora parecía un tigre furioso
dispuesto a lanzarse al cuello de quien se le pusiera por delante. Y todo se lo
debía a su secretaria. Alice no tenía ni idea de que había abierto la caja de
los truenos, y al hacerlo, su jefe perdiera la serenidad por la que era
conocido.
—¡Esa...!
¡Esa...! ¡Esa...! —Kyle, dentro de su despacho, alzó las manos al techo sin
encontrar un adjetivo lo suficientemente fuerte para definir a su secretaria.
—¿Zorra?
—aventuró Tom.
—¡Aaaaah! —rugió
furioso Kyle—. ¡Zorra es poco! Recuérdame por qué estoy enamorado de ella.
¿Dónde conseguí mi título de arquitecto si no tengo neuronas en el cerebro?
¡Que...! ¡Arpía!
—Yo venía a
preguntarte que tal te fue en la reunión pero creo que es mejor que lo dejemos
para otro momento, cuando la sangre circule nuevamente por tu cerebro.
—¡Dile que
entre! —le pidió a Tom cuando salía.
—¿Estás seguro?
¿Está segura ella?
—Cuando decida
asesinarla procuraré buscarme una coartada, no te preocupes.
Tom levantó los
hombros y salió. Se acercó a la mesa de Alice y le dio el recado de Kyle.
—Eh... Esto...
Si ves que va a asesinarte, grita.
—Kyle es un
hombre tranquilo —comentó ella—. No perderá la calma.
—Oh, sí;
olvidaba lo bien que lo conoces. ¡Hala! Que no te pase nada.
—¿Querías verme?
—Alice entró en el despacho tranquilamente. Kyle se había sentado y mantenía un
bolígrafo entre los dedos, lo retorcía lentamente. Alice nunca había visto sus
ojos tan oscuros ni tan penetrantes como en ese momento y se preguntó si no se
habría pasado.
—Entra —no
pasaba nada, Kyle mantenía la calma de siempre—. De todas las brujas habidas y
por haber, tú te llevas la palma —lentamente comenzó a levantarse y Alice no
pudo evitar dar un paso atrás. Sin embargo se dijo que no debía temer nada y
levantó la barbilla.
—No sé por qué.
Yo no he hecho nada fuera de lo corriente —estaba tentando al diablo y lo
sabía.
—Nada fuera de
lo corriente —repitió él rodeando la mesa y acercándose a ella—. Te parecerá
muy normal saber que estoy saliendo con tu hermana y no decírmelo. No, eso no
es tan anormal. Lo anormal es que me retes a presentártela; que me dejes hacer
el papel de gilipollas cuando sabías por qué tu hermana salía conmigo.
—Lo siento,
Kyle; no estoy dispuesta a asumir tu estupidez. Tus ligues te los buscas tu
solo. Y lo único que yo he hecho ha sido tratar a mi hermana como una más de
las muchas que han pasado por aquí. No veo que diferencia hay entre ella y
Mónica, o Beverly, o Cindy, o...
—¡Vale! ¡Joder!
¿Llevas la cuenta?
—Tengo buena
memoria. ¿Que es lo que te molesta de todo esto? ¿Que no te haya dicho que es
mi hermana, o que sepa que sales con ella? A no ser claro, que realmente te
interesara.
—No me das
opción a averiguarlo —dijo moviendo la cabeza resignado—. Contigo no tengo
opciones.
—No sé que quieres
decir.
—Claro que no
—repuso y en ese momento comenzó a sonar el teléfono. Alice se apresuró a
cogerlo. Escuchó y palideció. Kyle la vio y frunció el ceño. Alice colgó y lo
miró largo rato.
—¿Que pasa?
—Tengo que
pedirte un favor, Kyle. Acaban de llamar de Suiza. Han encontrado un taxi bajo
la nieve con tres personas dentro, cerca de Saint Moritz. Ellos creen que se
trata de mis padres. Tengo que ir a... a reconocerles.
—Iré contigo
—repuso él levantándose y tomando la chaqueta, olvidando de golpe el
resentimiento que sentía contra ella.
—No —la negativa
era suave pero enérgica—. No, iré yo sola. Me ocuparé de repatriarlos si son
ellos. Llamaré a personal para que te envíen una secretaria. Puede que esté
unos días fuera.
—Alice, tómate
el tiempo que necesites. Y te repito que quiero ir contigo.
—Y yo te he
dicho que no. Pero gracias. Me... Me voy ahora mismo.
Alice ya había
hecho la reserva del pasaje de avión. Solo tenía que ir a casa de su abuela y
darle la noticia. También tenía que llamar a Rory para que regresara de la
facultad y esperaba que Melissa estuviera en casa y se quedara allí.
Melba se llevó
una mano a la boca cuando Alice le dio la noticia.
—¿Están seguros
de que son ellos?
—Lo están,
abuela. Han comprobado sus pasaportes y parecen ser ellos. De todas formas hay
que ir, comprobarlo y hacer todos los trámites necesarios. ¿Dónde está Melissa?
—No sé. Dijo que
tenía una cita para comer y aún no ha vuelto.
—Cuando venga,
dile que se quede aquí contigo. Y ya he llamado a Rory. Vendrá tan pronto
termine las clases. Lo siento, abuela —no quería comenzar a llorar porque tenía
que mantenerse serena para llevar a cabo todos los trámites. Melba la abrazó.
—Yo también lo
siento, cariño. ¿No te han dicho qué les pasó?
—Al parecer un
alud se les ha caído encima mientras iban de camino al aeropuerto. La nieve les
ha arrastrado y les ha sepultado, por eso no les encontraban. Tengo que irme,
el taxi ha llegado.
Dio un beso a su
abuela y salió. No llevaba equipaje, no le había dado tiempo a hacerlo.
Llegó al
aeropuerto con el tiempo justo de embarcar. Y cuando estaba en la cola para
subir al avión vio llegar a Kyle corriendo.
Hizo una mueca de fastidio.
—Te dije que no
hacía falta que vinieras.
—Y yo te dije
que iría contigo. No te voy a dejar sola en un momento como este.
—No te necesito
Kyle —repuso ella bruscamente y él sintió el rechazo como un puñal.
—Aún así, iré
contigo. Venga sube, hay gente esperando.
No sabía como lo
había hecho pero había cambiado su billete por uno en primera clase y otro para
él a su lado. Alice quiso protestar pero no tenía fuerzas, ya le devolvería el
importe cuando regresaran. Se quitó el abrigo y lo dejó en el portaequipajes.
Él hizo lo mismo. Se sentaron y se abrocharon los cinturones. El vuelo no
duraría más de dos horas.
—Cuéntame que te
han dicho las autoridades —le pidió él.
—Han localizado
un taxi sepultado bajo la nieve, en una de las laderas de la carretera que va
desde la estación de esquí hasta la ciudad. Según su documentación se trata de
mis padres y el taxista.
—Lo siento,
Alice —le tomó una mano entre las suyas. La tenía fría, como siempre—. Lo
siento mucho.
—Gracias
—suavemente retiró su mano de entre las suyas.
De nuevo Kyle notó el rechazo y suspiró.
La policía suiza
les esperaba en el aeropuerto de Saint Moritz. El hombre era el mismo con quien
Alice había hablado por teléfono.
—Señorita
Irving; Jean Tatie, comisario de Saint Moritz. Hemos hablado por teléfono.
—Sí, señor. Le
presento a Kyle Addison. Ha tenido la amabilidad de acompañarme. ¿Dónde están
mis padres?
—En la morgue de
la comisaría señorita. Permítame expresarle mis condolencias.
Alice sintió que
el frío la recorría entera. Kyle se dio cuenta y le pasó un brazo por los
hombros para consolarla.
—Gracias
—murmuró tratando de contener las lágrimas.
—¿Puede
explicarnos que pasó, comisario? —pidió Kyle caminando hasta el coche de
policía.
—Se le ha
practicado la autopsia a los cadáveres, señor. Lamento mucho esto, señorita;
pero sus padres y el taxista han muerto por asfixia. Al parecer hubo un
desprendimiento en una de las laderas de la montaña. El taxi circulaba por la
carretera sur, una carretera que acorta bastante el trayecto hasta el
aeropuerto, pero que normalmente en invierno se cierra porque hay un peligro
constante de aludes. El hombre también murió. Y no hubo denuncia porque el
taxista no tenía familia. Encontramos su documentación en el coche. Tenía todos
sus permisos en regla —Alice asintió con la cabeza. Kyle le tomó la mano y le
dio un apretón—. Lo siento, señorita Irving. Ha sido una desgraciada
casualidad.
Ella no dijo
nada. No tenía nada que decir.
—¿Han cubierto
los documentos correspondientes que nos permitan repatriar a los señores
Irving? —preguntó Kyle.
—Solo falta
rellenar unos cuantos impresos. Estábamos esperando que llegara algún familiar.
Necesitamos unos datos, pero por lo demás, estoy seguro que mañana mismo podrán
llevarse a sus padres a su país, señorita Irving.
—Gracias.
—Hemos llegado.
Les acompañaré.
El comisario les
acompañó a la a morgue. Un médico forense sacó los cuerpos de los nichos. Alice
inspiró profundamente, Kyle la mantenía abrazada, muy cerca de sí. Hizo un
gesto de asentimiento y el hombre descubrió el cuerpo de su madre. Alice cerró
los ojos y un nudo se le puso en la garganta. Tratando de sobreponerse, asintió.
Luego descubrió el otro cuerpo y volvió a asentir. Entonces las lágrimas
comenzaron a correr por sus mejillas sin que hiciera nada por detenerlas. Kyle
la estrechó contra su pecho.
—Lo siento,
cariño —le dijo presa de la emoción. No era esa la forma en la que hubiera
querido conocer a los padres de Alice—. Lo siento mucho.
El comisario
hizo un gesto para que volvieran a meter los cuerpos en los nichos.
—Hay que
cumplimentar algunos trámites, pero pueden esperar hasta que usted esté
preparada —le entregó a Alice un sobre—. Estos son los efectos personales de
sus padres. Su equipaje está en el almacén. ¿Se alojan en algún hotel?
—No hemos hecho
reserva —dijo Kyle—. Pero buscaré uno para pasar la noche. Quizá más tarde o
mañana, la señorita Irving pueda regresar y cumplimentar todos los trámites
necesarios.
—Desde luego —el
comisario era todo amabilidad—. Si quieren puedo recomendarles un hotel en la
ciudad. Queda cerca de la comisaría y es un buen hotel.
—Muchas gracias.
—Tengo que
llamar a Londres. Mi abuela debe estar preocupada —dijo Alice cuando Kyle la
dejó en su habitación. El comisario les había acompañado al hotel y les dejó
para que descansaran un poco.
—Vengan cuando
estén listos. La comisaría está a dos manzanas de aquí.
—Gracias,
comisario.
Kyle registró a
ambos y acompañó a Alice a su habitación.
—¿Quieres que me
quede contigo?
Ella estaba
harta de rechazar su ayuda. En esos momentos solo podía pensar que estaba allí
con ella y que le necesitaba. Pero en ese momento quería hablar con su abuela a
solas.
—¿Por qué no vas
a pedir algo de comer? —le sugirió.
—¿Tienes hambre?
—Yo no, pero tú
no has comido —le recordó.
—No tengo
hambre. Pero voy a pedir que nos suban un café para mí y una infusión relajante
para ti. No discutas, Alice —soltó él impaciente—. ¿Ni en un momento como este
puedes dejar de discutir conmigo? Necesitas descansar un rato. Llama por
teléfono, yo vuelvo enseguida.
Alice se dejó
caer en la cama. Tomó el teléfono y marcó el número de la casa de sus padres.
Melba lo cogió con impaciencia.
—¿Alice? ¿Eres
tú?
—Sí, abuela, soy
yo. Abuela... Son ellos —gruesas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas—.
Están... Oh, abuela; están muertos.
Escuchó el
gemido de su abuela y luego otras voces por detrás.
—¿Están ahí
Melissa y Rory?
—Sí, cariño.
Están aquí. ¿Cuándo...? ¿Cuándo les traerás?
—Espero que
mañana. Volveré a llamarte para decirte la hora del vuelo.
—¿Alice? —Alice
escuchó la voz de su hermano entrecortada.
—Hola Rory.
—¿Que les pasó?
—Fue un
accidente muy desafortunado. El taxista les llevó por una carretera que
permanece cerrada en invierno. Un alud les llevó por delante y les sepultó.
Nadie usa esa carretera, por eso no buscaron ahí. Cuando la policía vio que no
había rastro de su paradero decidió rastrear esa zona. El taxi estaba sepultado
y no se veía nada de él. Murieron asfixiados.
Se secó las
lágrimas con las manos. Su hermano lloraba a través del teléfono.
—No dejes sola a
la abuela, por favor. Os llamaré mañana para avisaros de la hora de llegada. Tú
y Mel podríais avisar a la funeraria para que tengan todo preparado.
—Lo haremos, no
te preocupes. ¿Tú estás bien?
—Estoy bien,
tranquilo. Nos veremos mañana.
Colgó y se
recostó sobre el cabecero de la cama. En esos momentos solo le venían a la
memoria recuerdos de sus padres. Lo mucho que les gustaba viajar y las veces
que les llevaron a ella y sus hermanos de vacaciones a sitios tan dispares como
Manchester o Edimburgo, a pasar un fin de semana en Bournemouth, o un puente
largo en Salisbury. Y luego de pronto se le vino a la mente lo que iba a ser de
ellos a partir de ahora. ¿Que iba a hacer Melissa sin el apoyo de sus padres?
¿Cómo iba Rory a continuar con sus estudios en la universidad? No sabía nada de
las finanzas de sus padres. No tenía ni idea de si tenían mucho o poco dinero,
ni como tenían redactado su testamento, si es que lo tenían.
Abrió el sobre
que el comisario le había entregado. Un sollozo se le escapó. Dentro estaban
las alianzas matrimoniales de sus padres, un collar de perlas de su madre y un
alfiler de corbata de oro y ópalo de su padre. También había una caja con las
joyas que su madre había llevado en aquel viaje. No tenía muchas, pero las que
tenía eran de buena calidad. Pensó que debería compartirlas con Melissa y con
Rory.
Kyle abrió
la puerta suavemente sin pedir permiso. La encontró recostada sobre la cama con
los ojos cerrados y las mejillas húmedas. Se acercó a ella y puso una mano
sobre su hombro. Alice abrió los ojos brillantes por las lágrimas y después de
mirarle un instante se echó en sus brazos.
La estrechó y
dejó que llorara todo lo que quisiera. En ese momento no pensaba más que en
consolarla. Y los sollozos de Alice arreciaban a medida que él susurraba
palabras de consuelo.
Estuvieron así
hasta que el camarero llamó a la puerta con el servicio de café y la infusión.
Kyle soltó a Alice y fue a abrir. Él mismo entró el carrito. Sirvió la infusión
en una de las tazas y le puso azúcar. Se la pasó. Alice la tomó con mano
temblorosa. Luego se sirvió él una taza de café y fue a sentarse con ella en la
cama.
Después de darle
unos sorbos, la muchacha se levantó para dejar la taza en el carro.
—¿No quieres
más?
—No. Estoy
cansada.
—Es normal.
¿Quieres que me vaya para que puedas descansar un rato? ¿O prefieres hablar?
—No tengo ganas
de hablar. Pero no creo que sea capaz de dormir —en Suiza ya había anochecido.
—Pero puedes
descansar. No has traído equipaje y yo tampoco. Recuéstate un rato, volveré
enseguida.
Alice le dejó
marchar sin preguntarle a donde iba. Al cabo de media hora regresó con varias
bolsas.
—He ido a la
boutique del hotel. Te he comprado algo de ropa para que mañana puedas
cambiarte.
Alice le miró.
¿Cómo podía ser tan considerado y al mismo tiempo tan traidor? ¿Por qué hacía
todas esas cosas por ella y sin embargo iba por ahí acostándose con cualquiera?
Ese hombre era un enigma, pero ella no estaba en condiciones de descifrarlo en
ese momento.
—Gracias. No
había pensado en la ropa.
—Te he comprado
un vestido negro. No estaba seguro si lo aprobarías pero me pareció lo más
adecuado para acompañar mañana a tus padres.
—Te lo
agradezco. Has hecho bien. Ni se me ocurrió pensar en el tipo de ropa que voy a
necesitar.
—Lo entiendo.
También te compré un camisón para que uses esta noche. Date una ducha y métete
en la cama. Si me necesitas, estoy en la habitación de al lado.
—Kyle —lo llamó
cuando ya estaba en la puerta. Él se volvió a medias—. Muchas gracias. Por
estar aquí y... por... por todo.
Kyle movió la
cabeza. Por mucho que quisiera no podía dejar de amarla. Esa mujer estaba en su
torrente sanguíneo y por mucho que pelearan, por mucho que discutieran él
tendría que estar muerto para dejar de quererla.
—No tienes
porque dármelas. Descansa.
Alice abrió las
bolsas. Sacó el vestido negro y un par de medias negras. También había un camisón y un juego de ropa
interior. Sintió que la cara le ardía. La lencería era de diseño. Un cullote
negro de encaje con un sujetador a juego. Lo que debieron costarle no lo ganaba
ella en un mes. A pesar del día tan dramático, ver las prendas le hizo esbozar
una sonrisa. El señor tenía gustos elegantes en cuanto a lencería femenina. Y
no dudaba por un momento que sería de su talla. Había visto suficientes cuerpos
femeninos desnudos como para reconocer la talla de uno a simple vista. El
vestido era de lana y muy abrigado, con cuello cisne y mangas largas ajustadas.
De otra bolsa
sacó una caja grande. Contenía unas botas de cuero negro de tacón alto.
¿También sabía el número que calzaba? Pues sí que era talentoso. Se las probó y
comprobó que le sentaban como un guante. Que desconcertante era ese hombre.
Pero ella no podía olvidar que se había acostado con su hermana. Podía olvidar a las otras mujeres, pero a su
hermana... no; no sería capaz de olvidar que su hermana había estado en sus brazos.
Colgó el vestido
para que no se arrugara. Se metió en la ducha y se puso el camisón que le
compró y se acostó. Aún estuvo mucho rato dando vueltas pensando en sus padres
y en la manera que tuvieron de morir.
Kyle, en su
alcoba tampoco podía dormir. Sentía una terrible necesidad de estrechar a Alice
entre sus brazos, consolarla y apartarla del dolor. Hubiera querido poder
protegerla del mal trago que pasó en la morgue. Pero por encima de todo,
incluso por encima de su amor, prevalecía la admiración que sentía por ella. La
valentía que demostró al mirar los cuerpos sin vida de sus padres. La entereza
con que se comportaba. Solo cuando la tomó en sus brazos ella se derrumbó y él
no podía reprochárselo. Cualquier otra no hubiera podido soportarlo. Y aún le
quedaba la prueba de acompañarlos a Londres y enterrarlos. Se preguntó si
tendría más hermanos aparte de Melissa. Ésta había mencionado un hermano y una
abuela, y tampoco sabía si sería por parte de su madre o de su padre. Quería
estar con ella, abrazarla y apartar en lo posible el dolor que estaría pasando.
No oyó ruidos en la habitación de al lado, así que supuso que el cansancio la
vencería. Se dio la vuelta en la cama sabiendo que no podría dormir.
Cuatro
El avión con
los ataúdes llegó a Londres a última hora de la tarde. Alice había cumplimentado
todos los trámites necesarios y la policía suiza le entregó los cuerpos de sus
padres.
Kyle acudió a
primera hora de la mañana a llamar a su puerta. Alice ya estaba vestida.
—¿Te queda bien?
—le preguntó él mirando el vestido—. ¿Y las botas?
—Me queda todo
bien, gracias. No te voy a preguntar cómo has sabido la talla que uso o el
número de pie, pero todo me sienta perfectamente.
—¿Quieres
desayunar? —él hizo caso omiso del comentario. ¿Cómo no iba a saber su talla?
Si hasta sabía los días en que le venía la menstruación. Pero si se lo dijera a
ella, se espantaría.
—Tomaré un café.
No tengo hambre.
—No has comido
nada desde ayer. Debes tomar algo sólido, Alice; aunque solo sea un bollo.
—Bajemos a la
cafetería y allí veré si me entra algo.
Finalmente se
tomó un vaso de zumo y un café con leche con dos madalenas.
—No me entra
más.
—Está bien. Algo
es algo. ¿Estás lista para ir a la comisaría?
—Sí. Estoy
lista.
—Alice; ¿Te
espera alguien en el aeropuerto?
—Mi abuela y
espero que Melissa y Rory. Rory es
nuestro hermano menor. Y los encargados de la funeraria. Tengo que avisarles de
la hora de llegada del vuelo. Cuando el comisario me la diga, les llamaré.
Y ahí estaban,
llegando a Londres a las ocho de la tarde. Alice echó un vistazo por la
terminal y vio a su abuela y a Rory esperándola. Ella agitó la mano y los ojos
se le llenaron de lágrimas. Corrió a refugiarse en brazos de su abuela. Rory
también lloraba cuando se abrazó a él.
—¿Y Mel?
—preguntó en voz baja a su hermano.
—Ha preferido
quedarse con Oliver.
¡Que típico de
su hermana! Le salía el instinto maternal cuando quería escaquearse de algo.
Era egoísta hasta para eso. Dejar ir a su abuela prácticamente sola a recibir a
su hijo y su nuera. Alice sabía que no podía esperar nada de ella y aún así
siempre la sorprendía la falta de sentimientos de Melissa.
Kyle no preguntó
por Mel, los tres esperaron que bajaran los ataúdes del avión. Los empleados de
la funeraria se ocuparon de meterlos en los coches fúnebres y Alice, Rory,
Melba y Kyle los siguieron en el coche de Alice, que había traído Rory, hasta
el tanatorio; donde pasarían la noche.
Una vez
instalados en una sala, Alice se volvió hacia Kyle.
—No sabes cómo
te agradezco que hayas estado a mi lado, Kyle. Muchas gracias por acompañarme.
—No me las des.
Yo lamento que hayas tenido que pasar por esto.
—Permíteme
presentarte a mi abuela, Melba Irving y a mi hermano Rory.
—Señora Irving
—Kyle tomó la mano de la anciana entre las suyas y la llevó a su boca—. Le
presento mis condolencias. Y a ti también muchacho.
—Gracias, señor
Addison. Yo le agradezco que haya acompañado a Alice en este trance —Melba, a
pesar de su edad se mantenía erguida y entera. Ahora sabía de dónde había
sacado Alice tanta entereza. Rory estrechó la mano de Kyle y este se apresuró a
despedirse.
—No tiene que
agradecerme nada. Si puedo hacer algo mas por ustedes, no dudes en pedírmelo,
Alice. Y te agradecería que me llamases cuando sepas la hora del entierro.
—Lo haré. De
nuevo, gracias.
—Buenas noches.
Procura descansar un poco.
Kyle se fue en
un taxi y Alice se llevó a su abuela y a su hermano a casa. Melissa les
esperaba, ya había acostado a Oliver y cenado y estaba recostada en el sofá
mirando la televisión. Alice agradecía que por lo menos ese día no fuera a
salir.
—¿Ya habéis
llegado? ¿Cómo ha ido todo, Allie?
Alice de pronto
se dio cuenta que Melissa era la hermana mayor pero era a ella a quien le
tocaba siempre ocuparse de todos los problemas de su familia.
—Ha ido bien
—era inútil decirle que hubiera estado bien que acompañara a su abuela y su
hermano en el aeropuerto. Mel ni siquiera lo entendería—. Están en el tanatorio
del Belsize Park. ¿Te han dicho en la funeraria a qué hora será el entierro?
—su familia tenía panteones en el cementerio municipal. El abuelo, marido de Melba
estaba enterrado allí y allí enterrarían también a sus padres.
—La hora del
entierro la pone el párroco. He llamado a la parroquia donde solían ir mamá y
papá, es la de Saint Mary-le-Bow. Oficiará el funeral mañana a las cuatro de la
tarde —respondió Melissa—. ¿Te han explicado como ha ocurrido el accidente,
Allie?
Alice estaba
cansada de explicarlo, pero se lo contó una vez más.
—Y no hay nadie
a quien hacer responsable —comentó su hermana—. Al taxista merecía que lo
fusilaran.
—Ya lo han hecho
—respondió ella indiferente.
Ni Alice ni su
abuela durmieron mucho esa noche. A las siete y media Alice ya se había
levantado y preparado el desayuno para todos. Quería estar en el tanatorio a
las nueve para comenzar a recibir a los amigos que sin duda irían a presentar
sus condolencias.
Melba entró en
la cocina y la vio trajinando.
—¿Has podido
descansar algo, querida?
—No mucho,
abuela. ¿Y tú?
—Tampoco
demasiado. No sabes cómo siento que tu tía no pueda venir desde San Francisco.
Una madre no debía tener que ver como entierran a sus hijos —los ojos de la
anciana se llenaron de lágrimas.
—Lo siento,
abuela; lo siento tanto.
—Yo también lo
siento, Allie. Habéis perdido a vuestros padres y Dios sabe que no es el
momento, pero me preocupan tanto Melissa y Rory.
—A mí también
—confesó la muchacha en voz baja—. Supongo que papá y mamá tenían suficiente
dinero como para permitirle a Rory terminar la carrera.
—No lo sé
—contestó su abuela—. Conmigo nunca hablaron de eso. No tengo idea de si tenían
hecho testamento y si tenían dinero ahorrado. Tendréis que comprobarlo con un
abogado.
—Ya. Nos
ocuparemos de ello. No te preocupes. ¿Tienes hambre?
—No, pero
supongo que todos tendremos que meter algo en el estómago para soportar la
mañana. En cuanto termine de desayunar me vestiré para ir al tanatorio. La
gente empezará a llegar temprano.
—Muy bien,
abuela. Mel, Rory y yo te acompañaremos. ¿Podremos dejar a Oliver con la señora
Higgins?
—Claro que sí.
Ya se ha ofrecido anoche para lo que nos haga falta.
—Entonces
desayuna y ve a vestirte. Yo haré lo mismo.
Y cuando terminó
de desayunar, fue a la alcoba de Rory y tocó la puerta. Asomó la cabeza y le
llamó-
—¡Rory! Rory,
levántate. El desayuno está listo y tenemos que ir al tanatorio.
—Ya voy, Allie
—contestó el muchacho con la voz ahogada por las mantas. Alice tocó entonces la
puerta de la habitación de su hermana.
—Mel, Melissa,
levántate, por favor. Tenemos que ir al tanatorio.
—Sería mejor que
yo me quedara cuidando a Oliver —respondió la voz de su hermana desde la
penumbra.
—Oh —Alice no
pudo evitar el sarcasmo—. ¿Ahora te entra la preocupación por Oliver? Él puede
quedarse en casa de su amigo Taylor, la señora Higgins se ofreció a quedarse
con él mientras nosotros... —la voz se le cortó—. Mientras enterramos a
nuestros padres. Vístete y baja a desayunar, nos iremos en quince minutos.
Melissa hubiera
querido discutir, pero Alice siempre había sido tan autoritaria que no se
atrevió. No le parecía que fuera un momento adecuado para discutir. Se había
pasado la noche pensando en sus padres y en qué iba a ser de ella ahora que no
estaban. La pensión que le pasaba el padre de Oliver no era suficiente y no
creía que Alice fuera tan generosa como para mantener el tren de vida al que
estaba acostumbrada. Lamentaba la muerte de sus padres, claro; pero le
preocupaba mucho más saber que iba a ser de ella.
Kyle fue al
despacho. Tampoco había podido dormir mucho.
La tragedia ocurrida a los padres de Alice le había hecho pensar en lo
corta que puede ser la vida y se planteó realizar algunos cambios en la suya.
No tenía muy claro en qué consistirían esos cambios, pero estaba decidido a
dejarse de tonterías y hablarle a Alice de una vez por todas de sus
sentimientos. Y a aceptar los de ella, fuesen cuales fuesen.
Tom entró en su
despacho y le preguntó por el accidente. Kyle le explicó lo ocurrido y le avisó
que iría al entierro.
—Me gustaría
acompañarte. Yo también quiero dar el pésame a Alice.
—Te avisaré de
la hora. Alice quedó de llamarme cuando supiera a que hora era.
Y no lo olvidó.
Le telefoneó desde el tanatorio.
—El funeral se
celebrará en la iglesia de St. Mary-le-Bow y luego los enterraremos en el
panteón familiar del cementerio municipal. La hora es las cuatro de la tarde.
—Gracias, Alice.
Allí estaré. ¿Estás bien? ¿Has podido descansar algo?
—Me encuentro un
poco cansada, pero supongo que es normal. Te veré entonces, Kyle.
—Sí. Iré un poco
antes y te acompañaré desde el tanatorio.
—Como quieras.
Alice sabía que
se produciría un encuentro entre Kyle y Melissa, pero en ese momento no tenía
ganas de sentir remordimientos ni de hacerle la vida más fácil a Kyle. Recibió
las muestras de cariño de los amigos de sus padres y de algunos familiares
llegados del campo. Se recibieron coronas y ramos de flores desde California,
donde vivía la hermana de su padre, y un enorme centro de parte del estudio de
Kyle. A las tres y cuarto llegó el párroco para acompañar a los féretros a la
iglesia.
El funeral fue
rápido pero emotivo. El párroco conocía a los Irving e hizo un hermoso
panegírico de ellos. Ninguno de los hijos pudo evitar verter lágrimas al oírle.
Al finalizar, acompañó a la familia al cementerio.
Rory y Alice
abrazaron a su abuela mientras los féretros eran depositados en los panteones.
Una vez se hubieron cerrado, la familia abandonó el cementerio dando las
gracias a todos por su presencia y al párroco por las palabras que dedicó a los
Irving.
Todos suspiraron
cuando regresaron a su casa.
—Todo ha
terminado —comentó lúgubremente la abuela—. Que pronto se acaba todo.
Alice le dio un
cariñoso apretón en los hombros.
—Tranquila,
abuela. Tienes razón, todo ha pasado. Al menos se han ido juntos. Lo que
debemos hacer ahora es tratar de regresar a nuestra vida cotidiana. Será
difícil sin ellos, pero así es la vida. Saldremos adelante. ¿Por qué no vas a
tumbarte un rato hasta la hora de la cena? Y tu Melissa, ¿por qué no vas a
buscar a Oliver? Seguro que el pobre se pregunta qué está pasando. ¿Le has
contado la verdad?
—Me gustaría que
dejaras de comportarte como si alguien te hubiera nombrado cabeza de esta
familia. Yo me ocuparé de mi hijo.
—Sería la
primera vez —replicó ella sin poder contenerse—. Y con mucho gusto te cedo el
dudoso honor de ser la cabeza de esta familia.
—Yo lo que
quiero saber es cómo es posible que Kyle Addison sea tu jefe y no me lo hayas
dicho.
—¿Vamos a volver
sobre eso? En esta familia todos saben que trabajo en su empresa. Pero claro,
¿por qué ibas a saberlo tú? ¿Acaso has preguntado alguna vez a qué me dedico o
en donde trabajo?
—Pero cuando le
llamé por teléfono y te dije que quería verle, tú sabías quien era yo; y me
hablaste como si fuera una desconocida.
—¿Tu sabes la
cantidad de mujeres que le persiguen al igual que tu? Eras otra más de sus
conquistas y como tal te traté —debía tener razón Kyle al decir que tenía un
punto perverso porque en ese momento estaba disfrutando con la furia de su
hermana.
—¿Y a ti?, ¿te
llama alguna vez fuera de las horas de trabajo?
Alice se echó a
reír con ganas.
—¡Por favor! Yo
no mezclo el trabajo con el placer. No acostumbro a salir con mis jefes, por
mucho que ellos me lo pidan —y con ese comentario dejó patente que Kyle la
había invitado pero ella no había querido salir con él.
—Me da igual
—respondió Melissa—. Puede calzarse a todas las fulanas de Inglaterra. Es un
cretino y no volvería a salir con él aunque me lo pidiese de rodillas.
Alice volvió a
reír.
—¿Te ha mandado
a la porra, verdad? No me pilla de sorpresa. Es lo que suele hacer con todas.
Las conoce, se acuesta con ellas y las despacha. Pero tú ya sabías lo que te
esperaba —suspiró—. Bueno, me da igual lo que hagáis tú o mi jefe; lo que ahora
debe preocuparnos es qué va a ser de esta familia. La abuela vive de su pensión
y espero, Rory que papá y mamá dejasen dinero suficiente para que termines tu
carrera. En cuanto a ti, Melissa, me temo que tendrás que buscar un trabajo y
contribuir a la economía si quieres seguir viviendo aquí. Puede que la pensión
que te pasa Richard sea suficiente para Oliver, pero desde luego, es
insuficiente para los dos.
—¡Pero bueno!
—exclamó Melissa poniendo los brazos en jarras—. Te vuelvo a preguntar, ¿quién
te ha nombrado cabeza de esta familia?
—Y yo te vuelvo
a decir que si quieres el puesto, con gusto te lo cedo, pero te advierto que es
un trabajo a tiempo completo. No tienes tiempo de andar vagueando de un lugar
para otro ni de salir por las noches ni todo el día. Si quieres erigirte en
jefa, debes comenzar a actuar como tal. Yo tengo que regresar a mi trabajo y
tengo mi propio apartamento. No necesito nada de vosotros.
—Vamos chicas,
calmaos —Rory que hasta el momento se había mantenido al margen escuchando a
sus hermanas, pensó que era el momento de intervenir—. Si alguien tiene que
convertirse en el cabeza de esta familia, seré yo, ya que soy el único hombre
que queda.
—¡Genial! Un
machista, justo lo que me hacía falta.
—Rory, no te
ofendas, pero tú no estás en edad de hacerte cargo de esta casa ni de la
abuela. ¿Os dais cuenta que habrá que comprobar cómo tenían mamá y papá todo lo
relativo a esta casa y sus otras posesiones si es que las tenían? ¿Alguno de
vosotros sabe si habían hecho testamento?
—Si hay un
testamento supongo que en él dirán como han repartido sus bienes. Tendremos que
buscar entre sus papeles.
—Kyle me ha dado
un par de días libres. Propongo que revisemos sus cosas y lo busquemos. Tenemos
que dejar las cosas aclaradas cuanto antes.
Los tres
hermanos estuvieron de acuerdo.
Alice se olvidó
de su trabajo y de su jefe durante un par de días y se dedicó a poner orden en
los papeles de sus padres.
En una carpeta
guardada en una caja en el armario de su habitación encontraron tanto el
testamento como una póliza de un seguro de vida de su padre. El beneficiario
era su madre. Alice tenía que comprobar si a la muerte de su madre, sus hijos
heredarían el seguro. Leyeron el testamento. Su padre había testado en favor de
su madre y ella en favor de su marido. De nuevo había que acudir a un notario
para que les aclarara cuáles eran sus derechos.
—Yo me ocuparé
—se ofreció Alice—. Manejo todos los días documentos oficiales.
Encontraron una
libreta de ahorros con una cantidad nada despreciable.
—Esto tiene que
servir para que Rory termine su carrera.
—¡Ja! ¿Y yo
qué? —protestó Melissa—. Yo también
tengo derecho a una parte de ese dinero.
Alice estaba
asqueada. Parecían aves de rapiña cayendo sobre los despojos de sus padres.
Antes de poder intervenir, fue Melba la que habló.
—Rory tiene que
terminar sus estudios, Mel. Tú puedes buscar un trabajo. Antes de casarte
trabajabas en la sección de lencería de los almacenes Harrods. Intenta que te
vuelvan a contratar. Apúntate en alguna agencia de colocación. No puedes seguir
sin hacer nada. Oliver necesita comer, vestirse y como cualquier niño también
necesita divertirse. Tú debes proporcionarle todo eso. Lo que te pasa tu
ex-marido no es suficiente para los dos. Y mi pensión tampoco es tan grande.
Melissa no
replicó, pero no tenía intención de ponerse a trabajar, por lo menos no en
Londres. Hacía tiempo que tenía ganas de marcharse de Inglaterra, quizá a
Estados Unidos. En Nueva York habría más oportunidades para ella. Richard le
había hecho una gran putada al divorciarse de ella, y ella le hubiera dejado
con gusto al niño, pero necesitaba la pensión que le pasaba. Si se marchaba a
Estados Unidos tendría que ser sola. No pensaba llevar al niño como un lastre.
Pero no podía decir nada sobre eso a su abuela o a su hermana. Se lo
prohibirían. Lo mejor era aguantar una temporada, hasta que las cosas volvieran
a su cauce y luego decidiría.
Alice regresó a
su trabajo tres días después. Llegó a las siete y media como siempre y preparó
una cafetera. Revisó el trabajo que había realizado su sustituta y pensó que
tendría que poner orden. Ella hacía las cosas de una manera y se sentía mejor
si todo estaba de su mano.
A las ocho menos
cuarto llegó la muchacha que la sustituía y se sorprendió de verla allí.
—No te
esperábamos tan pronto, Alice. No he tenido oportunidad de darte el pésame.
Lamento mucho tu pérdida.
—Gracias, Karen.
Ya no es necesario que te quedes aquí. He vuelto.
—Kyle ha dicho
que tardarías más en regresar.
—No hacía falta
que me quedara en casa. Allí todo está resuelto —al menos eso creía. Había
decidido que Rory volviera a la universidad, Melissa buscaría un trabajo y
ayudaría a la abuela, y esta cuidaría a Oliver en lo que pudiera. Los asuntos
del testamento y el seguro de vida aún no estaban resueltos pero ella ya había
contactado con un abogado que les aclararía cuáles eran sus derechos.
Kyle llegó a las
ocho y media y también se sorprendió de verla allí.
—¡Alice! No te
esperaba tan pronto —en esos días lejos de ella había tenido oportunidad de
pensar y había decidido hablar con ella y aclarar tanto sus sentimientos como
los de ella. No creía tener muchas posibilidades después de saber que había
salido con su hermana, pero era mejor aclararlo todo de una buena vez.
—No tenía mucho
que hacer en casa —respondió ella—. Aún no ha llegado el correo. En cuanto
llegue lo revisaré y te lo enviaré.
—Ven adentro.
Tenemos que hablar —bueno, lo esperaba; así que entró tras él y cerró la
puerta—. Siéntate —ella obedeció—. ¿Cómo te encuentras?
—Estoy bien,
gracias.
Kyle se quitó la
chaqueta y la colgó en el respaldo de la silla, se desabrochó los puños de la
camisa y se la arremangó hasta los codos. Luego se aflojó la corbata. Ella le
observaba y pensaba en las manos tan bonitas que tenía y en los antebrazos
musculosos y morenos que las mangas de la camisa habían dejado al descubierto.
No pudo evitar preguntarse que sentiría si aquellas manos recorrieran su piel.
No dudaba que con su experiencia podría elevar su temperatura y dejar un rastro
de fuego por donde pasaran. Se aclaró la garganta, incómoda por dejar que su
mente se escapara por aquella senda que se había prohibido a sí misma.
—Realmente no me
tienes en muy buen concepto, ¿verdad? —comenzó él sentándose en su silla,
frente a ella.
—Si te refieres
a tu asunto con Melissa... —se encogió de hombros—. No sé qué quieres que diga.
Me lo he tomado como uno más de tus líos amorosos.
—Pero se trataba
de tu hermana y no me lo dijiste.
—No es asunto
mío con quien te relacionas. Ya te he dicho que lo he tratado como los
anteriores.
—Ya, y no tienes
ninguna opinión al respecto. Hasta ahora te daba igual que saliera con una, con
veinte o con doscientas; a partir de ahora te importará aún menos.
—Te he repetido
hasta el cansancio que no quiero tener un asunto contigo. Tus... tus continuos
devaneos me están dando la razón. Y ya, para rematar que te hayas acostado con
mi hermana... —hizo un gesto negativo con la cabeza—, es la guinda que corona
el pastel. Y no creas, ya sabía que era más ardiente que yo —sin proponérselo
le salió el resentimiento—. Siempre lo fue. Pero para tu información te diré
que está divorciada, tiene un hijo de cinco años del que no se ocupa para nada
y sale todas las noches en busca de primos como tú. Ahora dime ¿por qué razón
tendría que interesarme por un fulano al que lo único que le importa es tener
un cuerpo en el que enterrarse? Da igual el rostro, el carácter, la
personalidad. Con tener un busto generoso y...
—¡Basta! —Kyle
enrojeció de pura furia. Como tantas veces esa mujer le hacía perder los
papeles. Se levantó y dio un puñetazo en la mesa, se inclinó hacia ella que no
retrocedió; al contrario, le mantuvo la mirada completamente impasible—. ¿Qué
sabes tú? —preguntó apretando los dientes—. ¿Qué diablos sabes tú de mí? —a
Alice le estaba sorprendiendo el tono enfadado que mostraba Kyle. Ella conocía
su lado paciente y calmado. Solamente en otra ocasión le había visto perder los
estribos. Este aspecto de él le era desconocido y no sabía cómo tomárselo—. ¿Sabes
acaso porque salgo con todas esas mujeres? ¿Conoces la razón de que haya salido
con tu hermana? Y para tu información, no me he acostado con ella.
Alice hizo un
gesto de incredulidad. Kyle apretó los labios. ¡Genial! Encima no le creía.
Lógico, dada su reputación.
—Me da igual que
no te hayas acostado con ella. Lo único que sé es que no voy a ser otra más de
tus aventuras. Mira, te agradezco que me hayas ayudado en estos días tan
difíciles para mí. Sé que eres un hombre con buenos sentimientos, que te das
con generosidad a quien lo necesite, pero en cuanto a mujeres creo que estás
perdido. Y ya tienes edad de sentar cabeza, Kyle. El sexo esporádico estaba
bien a los veinte años, incluso a los treinta; pero llegados a cierta edad me
parece que debería primar mas la calidad que la cantidad. Deberías estar
pensado en casarte, en formar una familia. ¿No quieres esas cosas? ¿No quieres
tener hijos? ¿No quieres una esposa que llene tus noches y tus días y te libre
de la necesidad de andar buscando una falda diferente cada noche?
¡Joder! ¡Le
estaba sermoneando! ¡Su secretaria, la mujer de la que estaba enamorado hasta
la enajenación mental, le estaba soltando un sermón! Y era tan idiota que no se
daba cuenta de que la única mujer que él quería era precisamente ella. Que si
salía con otras era con la única finalidad de despertar sus celos. Pero ella...
ella... estaba ahí, tan tranquila hablándole de la inutilidad del sexo por el
sexo. ¡Como si él no se hubiera dado cuenta hacía mucho tiempo!
Se levantó de la
silla y paseó por el despacho, tan desconcertado que no sabía qué hacer. Alice
le siguió con la mirada. No podía creer que algo de lo que le estaba diciendo
hiciera mella en él; pero así parecía. Entonces recordó y sacó un papel del
bolsillo.
—Por cierto;
esto es para reembolsarte el dinero que pagaste por la ropa en Suiza. Calculé a
ojo, pero me parece una cantidad aproximada. Si es más, te agradecería que me
lo dijeses.
El insulto
final, pensó él. Tomó el cheque y lo miró. Luego la miró a ella.
—¿Sabes dónde te
puedes meter este cheque verdad?
—Kyle...
—¡Cállate! —la
interrumpió él apuntándola con el dedo. Alice le miró con los ojos muy
abiertos—. Por mucho que pienso no logro comprender que he visto en ti. Dios
sabe que me has dado más calabazas que nadie en esta vida, que me tienes en el
más bajo de los conceptos y sin embargo no consigo arrancarte de mi mente —se
tomó un momento para tomar aire—. ¿Es que eres idiota, Alice? —le gritó furioso
mesándose el cabello. Sus ojos echaban chispas y casi podía verle echar espuma
por la boca
Alice no estaba
acostumbrada a oírle gritar y no salía de su estupor.
—¿Qué?
—¡Eres ruin! ¡y
vil! ¡Eres vengativa! ¡Sabías que estaba saliendo con tu hermana y no me
dijiste nada! ¿Por qué? Yo te lo voy a decir. Para poder echármelo en cara la
próxima vez que te pidiera salir conmigo. ¡Es la excusa perfecta para no salir
conmigo!
Ella se puso
rígida, entrecerró los ojos y se le enfrentó.
—¡No necesito
excusas para no salir contigo! —rugió entre dientes—. Si el tipo de mujer que
te pone es como mi hermana, me alegro de no haber cedido.
Se había
acercado tanto a él que podía ver como se le dilataban las pupilas. No tuvo que
alargar los brazos porque la tenía cerca. Solo movió las manos y la agarró por
los codos. La empujó hacia su pecho y le aplastó la boca con la suya. Fue un
completo asalto. La boca de Kyle atrapó la suya y comenzó a devorarla con un
ansia feroz, con el deseo de castigarla y demostrarle a la vez lo que se estaba
perdiendo. La lengua se abrió paso a través de sus labios cerrados mientras
ella forcejeaba para soltarse y se empeñaba en no abrir la boca. Hasta que él
la dejó para ordenarle.
—¡Abre la boca,
maldita sea! ¡Devuélveme el beso!
Algo en sus ojos
o en su tono le indicó que debía hacerlo. Kyle volvió a posar su boca en la de
ella que se abrió y entonces fue como si encontrara un oasis en medio del
desierto. Ya no la asaltaba; la besaba, con besos lentos, profundos, largos y
húmedos. La sangre comenzó a hervir en las venas, un intenso calor los recorrió
a ambos, tan intenso, que con el último pensamiento coherente, Alice creyó que
se derretiría. Con un gemido ahogado subió sus brazos hasta rodear su cuello.
Los de Kyle abarcaron su cintura apretándola contra él, sus manos recorrían su
espalda sobre la blusa y luego volvían a apretarla.
Kyle dejó
entonces su boca para recorrer su cuello, darle suaves mordiscos en el lóbulo
de la oreja y en el hueco de su garganta.
Alice estaba
completamente perdida. Perdió la noción del tiempo y del espacio; olvidó donde
se encontraba e incluso quién la besaba. Entonces, como un duende maligno, la
imagen de su hermana se coló en su mente y le hizo recordar. El calor
desapareció para dejar paso a un frío glacial.
Kyle notó el
instante justo en que la perdió; aún así quiso prolongar el beso.
—No —dijo ella
en voz baja apartándose de él. Al instante los brazos de Kyle se encontraron
vacíos.
—Alice —alargó
la mano para tomar la de ella que le mantenía alejado.
—Esto... Esto
es... —se llevó una mano a la frente y se apretó las sienes con los pulgares—.
Esto es justo lo que no quería que pasara —explicó ella—. No sé cómo he podido
dejarme llevar —resopló ruidosamente—. ¿No entiendes que esto nos coloca en una
situación incómoda?
—Incómoda
—repitió él.
—Sí, incómoda.
¿Cómo voy a acudir a tu despacho y no recordar...? ¡Oh, Kyle! Estábamos bien
como estábamos. Éramos amigos.
—¿Que mierda,
Alice? —explotó él otra vez—. ¿Qué amigos éramos? ¡Joder! Si me has tratado
siempre con más frialdad que un glaciar. Yo era tu jefe y tú mi secretaria, y
no saliste de ahí hasta hace unas semanas. Y aún así seguías manteniendo las
distancias.
—Y esa relación
era más estable que la que vamos a tener a partir de ahora —replicó ella—. Por
eso no quería salir contigo, ya te lo he dicho, porque me gusta trabajar para
ti y no quiero dejarte. Pero me temo que si las cosas van a ser así no podré
seguir trabajando para ti.
Una oleada de
pánico lo recorrió. No soportaría perderla.
—No, Alice. No
hagas eso. Te necesito. Si es necesario te prometo que esto no volverá a
ocurrir, pero no quiero que te vayas. Eres imprescindible para la empresa —si
no podía retenerla por sí mismo, al menos que lo hiciera por la empresa.
—No creo que eso
sea así, pero está bien. Si me prometes que esto no se volverá a repetir.
¡Y una mierda!,
pensó él, claro que volverá a ocurrir. En cambio, le aguantó la mirada y
asintió.
—Te lo prometo
—dijo cruzando los dedos mentalmente.
—De acuerdo.
Entonces olvidemos que esto ha ocurrido y sigamos como hasta ahora.
—Hay una cosa
que sí quiero decirte —iba a darle algo en lo que pensar—. Si he salido con tu
hermana fue porque me recordó a ti. Cuando la vi de lejos pensé que eras tú y
cada vez que salía con ella todo el tiempo pensaba que eras tú. Solo quería que
lo supieras. Ah, y otra cosa —tomó el cheque de ella y lo hizo añicos, le cogió
la mano le abrió la palma y le dejó los pedazos en ella—. Lo de Suiza fue un
regalo.
—Pero...
—¡Lárgate! Ya
hemos perdido bastante tiempo por esta mañana.
Alice salió con
los trozos de papel que tiró a la papelera.
Se sentó en su mesa y comenzó a revisar la correspondencia. Pero una y
otra vez los ojos relampagueantes de Kyle acudían a su mente y su boca
tragándosela entera no la dejaba concentrar. ¡Por Dios, como besaba ese hombre!
Kyle en su
despacho sonreía aunque no sabía muy bien por qué. La pelea mantenida con ella
era mejor que la frialdad mostrada hasta ese momento. Alice podía aparentar
indiferencia, pero su respuesta a su beso había sido más reveladora que todas
las palabras que llevaba tanto tiempo diciéndole. Tardaría en caer, pero por
Dios que lo lograría. Con esa esperanza bien podía mantener su promesa. Por el
momento.